martes, diciembre 12, 2006

Pomme de reinette. 15 de abril

15:39h

Siento que me queman las malditas briznas. He venido a Vistemina para tranquilizarme, pero, aunque sí me siento mejor, mis dedos están prácticamente desollados. Ayer me hice sangre en el índice de la mano izquierda y por las noches me cuesta conciliar el sueño porque inconscientemente me “mutilo” el dedo gordo de la mano derecha. Me dan asco mis manos. No importa lo limpias y cuidadas que estén mis uñas, las malditas briznas sangrantes y descarnadas me asquean.
¿Nervios contenidos? Freud me habría diagnosticado represión sexual, la autolesión como masturbación.

18:00h
Pereza y Bunbury cantan juntos en la mini cadena del salón.

En qué momento me he equivocado de número al llamar a mi tía . Ahora ese extraño no deja de hacerme perdidas. Odio el sonido del móvil.
Pasa el tiempo y sigo en este estado extraño, sin estar bien, sin estar demasiado mal. Me muevo sin rumbo, siguiendo un camino difuso y doloroso. Me da miedo imaginar mi vida futura. Incluso me da miedo pensar qué pasará cuando regrese de Londres. Esas semanas que siguen al viaje son de exámenes, salvo la semana que pasaré en Génova. Tras esa semana, que es del seis al trece de mayo, tendré los exámenes finales, lo que significa que hasta el viernes veintiséis de mayo no volveré a pisar prácticamente la calle. Para ese día Javier me habrá olvidado por completo, a mí y a la jodida canción de “Almendra y chocolate”. Tras leer mis relatos, el Patxi quizá haya llegado a pensar que me he suicidado, quién sabe.
O, tal vez, Javier sí me eche de menos, pero no me dará señales de vida por orgullo, ya que yo tengo muy claro que no le llamaré durante todo este periodo de clausura. Es más, ahora mismo borraré su número de mi agenda para no caer en la tentación.
Ya está.
Me prometí no enamorarme jamás y así será. Además, ese chico no haría más que darme disgustos. Tiene una personalidad infantil, aunque él intente aparentar lo contrario. Me importa una mierda la vida tan jodida que hayan llevado él y su familia porque, pese a eso y sus veintitrés años, no es más que un crío. Otro niñato junkie, otro freaky amante del skate, la farlopa, la marihuana, el espid, South Park y Nirvana. Otro niñato incapaz de enamorarse de alguien como yo porque ni siquiera es capaz de conocerme. Ni mucho menos comprenderme. Para él sólo soy una Barbie que, curiosamente, sabe escribir. ¿Un engendro, tal vez?
Una tonta. Una tonta es lo que soy.
Soy una gran estúpida.
En el “hilo musical” de Digital + suena Freak of nature de Anastacia.
El miércoles, cuando estaba en el autobús, viniendo hacia Vistemina, me llamó Lucía desde el fijo de su casa. Esta tía no escarmienta – odio esta palabra. Ni siquiera sé por qué la he utilizado -, primero le quitan sus padres el móvil por haber gastado una barbaridad al hacerme una llamada de ¡dos horas! Y ahora me llama desde el fijo... en fin. No obstante, su llamada me hizo muy feliz. Me contó que le había dejado “La ninfa imaginaria” a Enric y que se había quedado sin palabras al leerlo. Enric es un amigo mutuo de Guille y Lucía que va a clase de ésta. Yo a Enric lo conocí hace un año, cuando fuimos a una muestra de arte contemporáneo con la Escuela, pero él cogió tal zurriago aquella noche en el hotel que oficialmente nos conocimos el pasado Carnaval.
Seis grados como máximo. Sonia, Dafne y yo disfrazadas de cíngaras con una torerita y una falda que bajaba desde la cadera. O, lo que es lo mismo, luciendo de vientre plano, cintura y espalda estrecha, en pleno Febrero.
Lucía acababa de llamar a Guille para decirle que quería cortar con él (lo sabíamos porque ella nos había enviado de inmediato un mensaje contándonos lo ocurrido) y nos lo encontramos, con el Toni al más estilo Bowie, y a Enric, que no sé si iba de cura o de qué, todo de negro más extraño que qué sé yo. Éste no dejaba de repetirme que Lucía le había hablado muchísimo de mí, pero que no me imaginaba para nada así, tan guapa, etcétera, etcétera. Creo que nunca me han llamado tantas veces “preciosa”.
El viernes diez de marzo, vino con Lucía y conmigo al concierto de Deluxe y muy bien, aunque luego él le comentó a Guille – por cierto, cuando eso Lucía y Guille habían vuelto – que yo estuve súper borde, intentando evitarle durante todo el concierto. Esto me lo dijo Guille el viernes veinticuatro, una noche extraña en la que pasé de salir de fiesta por quedarme hablando en la plaza de la Revolución con la parejita feliz.
En fin, que leyó mi último relato y le comentó a Lucía que después de leerlo le entraron unas ganas terribles de escribir lo que ese cuento le había hecho pensar y que le había dejado discos de The Gift, Elektra y otros grupos indie para que me los pasase porque sabía que me iban a gustar. En fin, flipando estoy.
Me hizo feliz saber que mis relatos incitan a pensar. A ver si el jurado del concurso literario del De Linobeno también lo valora positivamente y me da otra alegría.
¿Qué le habrá parecido al Patxi? Tal vez ni siquiera lo haya leído. O quizá sí y se lo haya pasado a Javier. No. No ha pasado nada de eso. Seguramente tendrán mejores cosas en las que pensar.

19:49h
La paz es mucho más que ausencia de guerra.
Into your eyes my face remains
Madonna, “Your paradise (It’s not for me)”

21:18h
Qué es la felicidad.
Fóllame.

¿Habrá alguien ahora mismo pensando en mí?
Yo no sé exactamente en qué estoy pensando.
¿Quién me dice que no estoy loca?
Hoy es sábado y estoy aquí, en Vistemina con mi padre. Estoy sola en casa. Si no me echo a llorar no sé qué haré. No hay nada mejor que hacer.
Hoy es sábado, y, como el sábado pasado, estoy en Vistemina, en casa.
¿Qué pasará esta noche por Linobeno?
Javier no se acordará ya de mi cara.
Supongo que ya le soy prácticamente indiferente.
Hoy, igual que el fin de semana pasado, no me verá. No me echará en falta.
Soy la persona más patética que conozco.
¿A quién se tirará ahora?
Cuando se la lleve a casa y vea la cara que pone cuando él reproduzca en su ordenador a The Mars Volta. ¿Qué grupo es éste? Preguntará ella, extrañada por los sonidos psicodélicos de The Widow. Él sonreirá, pensando que no hay nadie en este mundo a quien le guste tanto Mars Volta como a él. Pero recordará a aquella chica que logró sorprenderle a él. Se acordará de la noche en que nos conocimos, cuando me puse a andar por su PC, buscando su personalidad en las canciones que tenía guardadas. De pronto exclamé “¡Mars Volta!”. Él se acercó a mí, con una cara de sorpresa adorable, y me dijo que yo era la primera persona que conocía que sabía de la existencia de ese grupo.
A ver a qué insulsa tipeja se tira ahora. Será a alguna sufrida disfrazada de gótica, con los ojos rojos de tanto fumar. A una imbécil a quien le guste hablar. Que sepa hablar. Una chica que sepa hablar, haciendo que los temas más absurdos se conviertan en largas conversaciones. Se tirará a alguna que no le haga perder el tiempo como yo. A una que sea fácil de conocer. Fácil. Yo soy extremadamente difícil. Sólo soy una niñata caprichosa. ¡No! No, no soy ninguna niñata. Ya tengo dieciocho años y, aunque se me vaya demasiado la pinza, aunque esté descentrada y me dominen unos cambios de humor radicales, sé lo que no soy. No soy una niñata. Dios, debo cambiar.
¡Me estoy ahogando!
Estoy muerta de miedo.
Tengo ganas de probarlo todo. ¡Todo!
Quiero volver a salir con seguridad, que mi seguridad no sea producto de una máscara. Volver a enrollarme con un tío diferente cada fin de semana sin repetirme. Nada de compromisos. Absolutamente nada.
Puede que mañana por la mañana, mientras mi padre esté en el trabajo, vaya a la Plaza de la Libertad en busca de algún cómic o, mejor aún, un libro. Compraré el libro que me llame la atención, el libro que me diga: “Yo te voy a cambiar la vida”. “El aroma de tu aliento”. No encontraré otro libro como el de Melissa Panarello. No sé si es obsesión o qué coño es, pero me leí sus dos autobiografías en menos de una semana y experimenté con ellas lo que ningún otro libro me hizo sentir. Esa búsqueda desesperada del amor, para finalmente encontrarlo y mandarlo a la mierda.
Porque siempre queremos lo que no tenemos. ¿Tal vez por eso...?
En “Los cien golpes” Melissa sólo tiene dolor, una sexualidad que la va destruyendo a lo largo de toda su historia. Y, por medio de esas relaciones tan destructivas, quiere llegar al amor, llegar a conocer a alguien que la llegue a conocer realmente. Alguien digno de poseerla no sólo en cuerpo, sino también en alma. Alguien capaz de llegar realmente a ella y no sólo a su físico.
En “El aroma de tu aliento”, ya ha encontrado lo que buscaba. Vive en Roma con Thomas, su novio. Pero le entran las dudas, la desconfianza, la terrible inseguridad, los malditos celos innecesarios, la melancolía, la angustia existencial, las pesadillas, los sueños que dicen más de lo que aparentan. Recuerdos del pasado que le muestran quién es en realidad.
Un aborto, una palabra, un número nuevo en la agenda de Thomas.
Todo parece derrumbarse a su alrededor, pero en realidad la única que se derrumba es ella.
Se derrumba de tal modo que acaba lanzando a Thomas a los brazos de otra chica. Le gusta tanto sufrir que los espía y escucha mientras hacen el amor, hasta que descubre que lo que le ocurre es precisamente eso: que le encanta sufrir. El único modo de vida que le hace ser feliz es el basado en el dolor.
Y huye, huye de todo e incluso intenta suicidarse. Intenta suicidarse porque es una romántica empedernida. Una romántica, amante de la pasión, el dolor y la muerte.
Quizá yo también sea una patética romántica, buscadora empedernida del amor y la felicidad. Puede que por eso esté sola, porque, como me dijo Guille, exijo demasiado a los demás. Porque busco a alguien casi perfecto. Porque busco a alguien como yo.
No, no busco a alguien como yo, sólo busco a alguien capaz de conocerme y amarme. Y creo que esa persona es más difícil de encontrar.

1:38h

Me siento un poco absurda escribiendo acerca del amor y otras utopías. La verdad es que estoy mal, que sólo estoy feliz en determinados momentos, cuando tengo la mente distraída en otras cosas. Pero no sé realmente cuál es el núcleo de mi angustia y eso me hace sentir aún peor. Mi mente está repleta de cachitos de recuerdos amontonados, sin ningún tipo de conexión lógica. Plasmarlos en palabras es difícil, pero no imposible.
¿Qué soñaré esta noche?
Mi cama, la de aquí de Vistemina, me resulta incómoda. En Linobeno tengo una habitación que adoro. Amo a mi habitación.
Mi habitación es mi mundo, mi búnker, mi escondite. Mi habitación soy yo.
La persiana subida, de manera que el sol entra en mi habitación a través de la ligera cortina naranja, dotándola de una luminosidad cálida y reconfortante. La música, siempre. De mi mini cadena siempre escapa el sonido de algún compact, de forma suave, a un volumen moderado. Muse, Mars Volta, Marlango, Café del mar...
Yo me relajo en mi cama, sobre una colcha de color claro, con un libro en la mano, dejando que las palabras me emocionen. Que la música libere mi imaginación.
Si estoy muy deprimida prescindo del libro y directamente me tumbo, mirando al techo unos segundos antes de cerrar los ojos y relajarme imaginando historias que me sugiere la música.
La mente está completamente liberada.
Las imágenes, sobre un fondo pulcramente negro, aparecen en mi mente escapando de mi control. Pronto la música se funde con ellas, sonando desde dentro. Muse se introduce en mí y tocan en mis sueños. Todo se va metiendo en mí, los muebles, las paredes, el espejo, la cama, yo. Ya no hay realidad, todo es un sueño.
Sueño, sueño, sueño real.
Estoy en mi mundo. Estoy dentro de mí.
Si algún día salgo de Linobeno, perdón:
El día que salga de Linobeno sé que lo que más echaré de menos será mi habitación. Sé que tendré otra, que también la decoraré yo, pero nadie me asegura que será un lugar de evasión tan eficaz como lo fue mi querida habitación. Sé que parece una actitud de inutilidad el pasarse una tarde entera tendida sobre la cama, escuchando música y soñando; y sí, lo es. Es hacer de una tarde un período de tiempo inútil, por eso sé que estoy mal, porque esta pequeña depresión me ha quitado las ganas de trabajar, de estudiar, de hacer algo útil y sólo me permite aburrirme. Un aburrimiento asfixiante que me obliga a pensar. A pensar, pensar... ¿pensar en qué?
No hay nada en qué pensar.
Escribir, dibujar, leer, llorar.
Me he sumido en la completa inutilidad.
Y quiero estar sola. Sólo quiero estar sola.
Otra vez. Estoy escribiendo y, aún así, sigo haciéndome briznas. Me he hecho sangre. Dios, estoy sangrando.
Lo mejor es que me duelen. Estas malditas briznas me duelen, pero no puedo evitarlo.
Estoy enloqueciendo...
No, no estoy enloqueciendo.
No estoy enloqueciendo: me estoy agravando porque ya estaba loca.

1 cafés:

Anónimo dijo...

no se si es una pura autobiografia (mejor dicho, diario personal) o si igual que Nístrim es un personaje diferente a ti (y no pongo completamente diferente porque cada personaje que creamos algo de uno tiene) pero sea como sea espero que sigas colgando mas, y sobretodo escribiendo.