jueves, diciembre 07, 2006

Capítulo 16: A punto de explotar

A punto de explotar



Él se ofreció a llevarnos en coche. No sé si fue demasiado descortés por mi parte, pero preferí sentarme atrás con Óliver, que me miraba extrañado, como preguntándome con la mirada quién era aquel chico.
Yo pasaba de todo, miraba aturdida por la ventanilla. Las caras de la gente aparecían como monstruos, los edificios parecían derrumbarse ante mí y los coches surgían de la carretera como máquinas de matar.
Del loro se escapaban las notas de una insoportable canción de Bob Marley. El reggae me producía una sensación de angustia extrema. Parecía como que iba demasiado lento y a la vez ese ritmillo... No lo soportaba, quizá en otra ocasión sí, pero no ahora. Ahora no. Sentía mucho calor, me ahogaba. Abrí la ventanilla, pero todo lo de afuera me asustaba. Me hundí en el asiento y murmuré: Nístrim, muérete un rato, muérete un rato.
Óliver se acercó a mi oído y me susurró que me tranquilizara.
Pero no podía, no, con él allí, no.
Su mera presencia me volvía loca y me llenaba de un calor terrible. Me moría de ganas de besarle, de decirle que lo sentía, que sentía ser tan incomprensiva, de ver en una relación liberal algo más, de decirle que le quería, que le quería con todas mis fuerzas. Pero luego reaccioné. ¡Nístrim, tonta! Tú no debes sentir nada, fue él. Él te hizo daño, él fue quien no supo jugar, recuérdalo.
Te quiero, te quiero, palabras rápidas, entre besos apasionados pero tiernos a la vez. Te quiero. Esas dos palabras saliendo de su boca mientras me acaricia, mientras me coge fuertemente.
Pero eso no iba a ocurrir, porque él no sentía nada por mí, ya no, me repetía. Ya no siente nada por mí, nunca lo hizo; sólo creyó que fingirlo era la única manera eficaz para follar conmigo.
Le odiaba con todas mis fuerzas. Maldito cabrón, ¿cómo un simple mortal podía modificar todo mi sistema psico-sentimental?
Mi cabeza seguía girando. Óliver me miraba, parecía poder leerme el pensamiento.
Yo tenía que estar en el ascensor. ¿Qué iba a ser de mí ahora que, definitivamente, no había vuelta atrás? Dios mío, iba a morir. Ya no había solución, acabaría sola, encerrada en mi claustro interior. Seguiría soñando historias surrealistas y terribles. Serpientes, celos y barro, más barro.
Miré a Óliver. Me di cuenta de que no había dejado de mirarme ni un solo momento. Me cogió la mano y me la besó. Eso no conseguía evadirme de mis pensamientos. Me volvió a mirar. Nos miramos a los ojos un momento y, de repente, un sonido fuerte, un par de palabrotas saliendo de la boca del imbécil que conducía y una parada en seco.
- ¿Qué ha pasado? – Pregunté completamente alterada, a punto de explotar.
- Nada, un gilipollas que se me ha plantado delante del coche.
- ¿Has atropellado a alguien? – Empieza la cuenta atrás para que la bomba de mi interior explote. Setenta, sesenta y nueve...
Salí corriendo del coche y le vi, tendido en el suelo. Era Nico. Sesenta y ocho, sesenta y siete...
- ¿Estás bien?
- Nístrim... Creo que esta noche no iré al bar... – La madre que lo parió, pese a estar lleno de sangre y yo al borde de un ataque de nervios, había conseguido hacerme reír.
- ¿Le conoces? – El atropellador había salido del coche y se disponía a ayudar a Nico a entrar en el auto.
- Sí, anoche nos masturbamos mutuamente.
Nico emitió un quejido que no sé muy bien si se debía al golpe o a mi comentario. El otro también se quedó alucinado, se lo noté, pero no dijo nada, tal vez quería hacerme ver que le daba igual lo que hiciese. No me importaba, al fin y al cabo, yo había intentado causarle la misma impresión al realizar tal comentario.
- Por cierto, ¿cómo os llamáis?- Preguntó el conductor a los otros dos chicos.
- Nico.
- Yo Óliver, encantado. ¿Tú? – No, Óliver no... ¿Por qué? Con el esfuerzo que había estado haciendo durante todo ese tiempo para no recordar su nombre. Sesenta y seis, sesenta y cinco, sesenta y cuatro...
- Víctor.
Que eterno se estaba haciendo el camino hasta el maldito hospital. Sesenta y tres, sesenta y dos, sesenta y uno...
- ¿De qué os conocéis Nístrim y tú? – Le preguntó el simpático de Óliver. A ver qué contestas ahora, pensé.
- Íbamos juntos a clase. – Me quedé blanca, ¿Sólo eso? ¿Compañeros de clase? Me esperaba perfectamente que ya no sintiera algo por mí, pero de ahí a considerarme sólo una más de su clase... Sesenta, cincuenta y nueve, cincuenta y ocho, cincuenta y siete...
- Ah. – Murmuró Óliver.
- ¿Ah, qué? – Preguntó Víctor.
- Nada, es que, a juzgar por la tensión sexual que se respira en el coche, habría jurado que os habéis acostado juntos.
Óliver cada vez me estaba sorprendiendo más, a la vez que me empezaba a tocar demasiado la moral. Cincuenta y seis, cincuenta y cinco, cincuenta y cuatro...
El chillo que expresó Nico fue sorprendente.
- ¿Y a éste que le pasa?
- Nada, que la tensión sexual se debe a éste, no a mí. ¿O contigo también se ha acostado? – cincuenta y tres, cincuenta y dos...
- ¡No permitiré que me hables así, Víctor! – Le grité.
- Contigo no hablo.
- ¡Para el coche!
- ¿Qué?
- ¡Que pares el maldito coche! Yo me voy andando.
Obediente, Víctor paró el coche y yo me bajé.
- Pues yo también voy andando. – Dijo Óliver mientras
salía del vehículo.
- Y yo.- Añadió Víctor. Cincuenta y uno, cincuenta, cuarenta y nueve, cuarenta y ocho.
- ¿Por qué tienes que venir tú?- Le pregunté toda borde.
Mientras tanto, Nico no dejaba de quejarse dentro del coche.
Nos miramos los tres, miramos a Nico y entramos al coche sin saber bien a qué se debía tanto desmadre.
- Lo siento.- Para sorpresa mía, Víctor se disculpó. – Es que lo de esta mañana me ha dejado un poco descolocado.
- ¿Te refieres al Boulevard? – Le pregunté.
- Sí. Qué gente tan extraña.
- Te comprendo, supongo que todos salimos igual de aquel sitio. – Le dijo Óliver en un tono demasiado comprensivo para mi gusto.
- ¿De qué habéis hablado? – Le pregunté, curiosa.
- ¡Yo qué sé! – Su voz era violenta, desesperada. – Esa gente está loca.
- ¿Te refieres a lo del libro? – Le pregunté.
- ¿Qué libro? – Más que él con la mía, me sorprendí yo con su pregunta.
- ¿No te han comentado algo sobre un libro... ? – Óliver me dio un codazo. Vale, estaba hablando demasiado.
- Nístrim tía, estás loca. – Es un factor común entre los de artes, musité en mi mente, recordando las palabras que utilizó una vez para consolarme cuando dije que estaba loca. – Aquello era más surrealista que ni sé. Mira, qué... Me preguntaron si me arrepentía de algo en mi vida, o no sé qué pollas; si echaba de menos algo... Mira, no sé. - Víctor decía todo apresuradamente, muy nervioso. Nunca le había visto así.
Óliver me miró y me sonrió. Yo no entendía muy bien porqué; no creía que Óliver se hubiera percatado de la relación que había mantenido con Víctor; supuse que se estaba riendo de él, como diciendo: qué pardillo, todavía no sabe en dónde se ha metido.
- ¿De qué habláis? – Preguntó Nico con un hilo de voz.- ¿De un psicólogo?
- ¿Y te arrepientes de algo? – Le pregunté, haciendo caso
omiso a Nico, que estaba más perdido que un pulpo en un garaje. Deseaba que contestara que sí, que se arrepentía de haberme perdido, que me echaba de menos, que me deseaba, que deseaba volverme a sentir, a besarme de nuevo, a tocarme... Que pensaba en mí de vez en cuando, deseaba que parase el coche, me mirase a los ojos y me pidiera perdón, que me quería, que... Yo qué sé.
- No... – Me quedé blanca. Pero, ¿por qué me sorprendía? Ya sabía que era tan orgulloso como yo.
- ¿No? – Insistí.
Qué agobio. Cuarenta y siete, cuarenta y seis, cuarenta y cinco...
Deseaba que rectificara lo anterior, que se arrepentía de haberme perdido, que me echaba muchísimo de menos.
- Que no.
- ¿No?
- No.- Cuarenta y cuatro, cuarenta y tres, cuarenta y dos, cuarenta y uno...
- ¿No te arrepientes de nada?
- De nada. – Mierda, tal vez realmente no se arrepentía.
- ¿Ni siquiera un poquito? – Insistí, rozando casi lo patético.
- No, Nístrim, no insistas, ya sé por dónde vas y la respuesta es no, ya no... No ahora que sé cómo eres.
- ¡Cómo soy! ¿Qué quieres decir con eso?
- Me enteré hace poco de que te habías liado con otros tíos mientras estábamos juntos. – Estaba nervioso. Lo sabía porque hablaba bajo, como un niño tímido.
- Nosotros nunca hemos estado juntos. – Le contesté seria.
Aquello parecía un campeonato, a ver quién de los dos era más orgulloso.
- Bueno, no importa. – Dijo bajando la voz. Una vez más, se había cortado. – En cualquier caso, tú dejaste de hablarme a partir de que me viste besando a Sonia. Si no estábamos juntos, ¿qué más da? – Treinta y seis, treinta y cinco, treinta y cuatro...
- ¡No daba igual! Lo vuestro lo anunciasteis al resto de la clase, yo qué sé, era distinto... ¡Estabais saliendo!
Nico y Óliver se miraban de vez en cuando y hacían gestos.
- ¿Qué hacéis? – Les pregunté, borde.
Nico miró hacia delante y Óliver se encogió de hombros. Parecían niños pequeños.
- Nístrim, yo no sentía nada por ella.
- Pues menos mal, porque si lo llegas a hacer igual hacéis pública vuestra historia en televisión. – Levanté los brazos y me recosté en el asiento. Qué patético era todo aquello. – Por lo menos de ella no te avergonzabas.
Se hizo un silencio incomodísimo. Yo también estaba muy incómoda porque, sin quererlo, me había convertido yo solita en una víctima. Nico puso una cinta al azar en el loro para romper el silencio que sólo Bob Marley extinguía en ese momento. Durante el tiempo en que Bob estuvo calladito respiré aliviada. A continuación, de la nueva cinta escaparon los primeros acordes de Fortune Faded. Treinta y tres, treinta y dos, treinta y uno, treinta, veintinueve...
- Yo no me avergonzaba de ti. – Ahora miraba fijamente al frente, pendiente, en apariencia, de la carretera.
- ¿Y por qué lo nuestro no lo sabía nadie y lo vuestro se hizo público en seguida? Yo te contestaré: porque la política de la Escuela, como la de cualquier instituto, es una auténtica sarta de hipocresía y apariencias. Sonia era la popular, la querida, la odiada, la envidiada. Y yo qué, yo no era más que la rara que se dedicaba a escribir y dibujar.
- A mí me gustaba lo que hacías. Me parecías interesante.
Me gustas físicamente y me pareces interesante como persona, otra frase suya que aún seguía haciendo mella entre mis pensamientos.
- Pero te quedaste con la superficial. Seamos realistas, no te convenía que te relacionaran conmigo. ¡Porque te avergonzabas de mí!
- ¡De eso nada! Ya te dije... Sabes que soy muy tímido, tú también, ninguno de los dos dábamos el primer paso.
- Tan tímido no serás si le metiste la lengua a esa zorra delante de treinta personas.
- ¿Por qué no lo entiendes? Yo estaba dolido porque ese fin de semana me enteré de que te veías con otros estando conmigo. Sonia apareció...
- Y el lunes ya erais pareja de hecho.- Intervino Óliver. Por un momento olvidé que, tanto él como Nico estaban también en el coche.
- Tú y yo no estábamos juntos. – Repetí. – Todo era mentira.
- No.
- ¿Por qué no? Me hiciste creer que sentías algo por mí cuando, en realidad, sólo querías acostarte conmigo. ¡Por favor, Víctor! Yo sólo quería una relación liberal, y tú lo sabías, me conocías lo suficiente como para saberlo. Pero me dijiste que te gustaba y empecé a hacerme estúpidas ilusiones acerca del amor. A partir de ahí comencé a sufrir. Si, desde un principio, te hubieras dedicado sólo a jugar, todo habría sido más fácil.
- Pero yo no quería jugar, Nístrim... Yo...
- Para.
- ¿Qué?
- Que pares. El hospital está ahí mismo, no sé a qué estás esperando.
Ayudamos a Nico a salir del coche y entramos a urgencias.
- Mientras esperáis, voy a buscar a mis amigas, dentro de un rato vuelvo.

2 cafés:

Anónimo dijo...

Me ha encantado este capítulo. Tengo ya ganas de leer el siguiente.

Anónimo dijo...

Carlos me decepcionas.

Bonifacio S. Guay