jueves, diciembre 14, 2006

Cafeína y ácido acetilsalicílico con azúcar. 29 de abril

29 de Abril de 2006, sábado.
12:45h

Ayer mi profesora de inglés, y quien organiza el viaje a Génova, me entregó una carta de mi italiana. Se llama Matilde y le gustan los Sex Pistols, los Ramones, Green Day, Nirvana y Ska-p. Parece que nos vamos a entender.
También ayer, me terminé “Ella, Drácula”. Otra vez, sentimiento de vacío.

19:45h
Vetusta me aburre.

21:14h
Estoy en Vetusta. Y me aburro mortalmente. Chocolate a la taza con bollo de manzana. Mañana regreso a mi estricta dieta de barritas.
Anoche me llamó Dafne para decirme que había quedado con una compañera suya de baile y que si iba a salir con ellas. No. Esta noche tampoco saldré. Ni mañana. Este puente me quedo en casa porque hay cosas que hacer. Y porque aún no estoy preparada para salir por Linobeno, para ver a Javier, para llorar. Aún no estoy preparada para beber pues sé con gran certeza que con mi estado anímico, casi traumático, sólo lograría llorar y auto compadecerme. Bastante triste soy estando sobria, como para verme ebria. Patética y borracha. Bochornosa combinación. Mejor quedarme en casa...
No estoy preparada para ver a Javier con otra. No estoy preparada para su definitivo rechazo, su indiferencia, su olvido. Aún no deseo hundirme tanto. No soy tan autodestructiva.
Tengo muchísimas ganas de ir a Génova, además Matilde parece una chica simpática. Lo único que me ha llamado negativamente la atención es que tiene novio, pero bueno, nadie es perfecto... No, en serio, me lo voy a pasar genial.
Aún echo de menos Londres, a Maite, Izaskun, Johana e Isabela.
Ayer cerré la puerta de mi casa y me quedé un momento quieta. Mi puerta, a su lado la puerta del piso de mis vecinas, en frente la puerta que da acceso a las escaleras y a su lado el ascensor. En un espacio tan pequeño y cerrado, se condensan toda clase de olores. Buenos o, en más ocasiones, malos.
Tabaco y sudor.
Me quedé quieta un instante, aspiré con los ojos cerrados y me ruboricé. Cada lugar, cada momento, cada recuerdo, tiene un olor. Ese es el olor de Javier desnudo por la noche. Es el olor de sus besos, de sus caricias, de su todo, su olor. Su habitación, su cama, su música. Él.
Me ruboricé y me avergoncé de mí misma por recordarlo. Más culpa, más briznas, más dolor. Más dolor, más culpa, más briznas, más sangre. Más sangre, más recuerdos, más vergüenza, más culpa.
Salí a la calle, sintiéndome de nuevo observada, odiada ¡yo qué sé!
Entro a Escala, compro Canson y Basik. Aún hay clases, aún hay trabajo que hacer en clase de dibujo artístico.
A la vuelta camino a gran velocidad por Pérez Galdós, con la mirada puesta al frente, evitando por todos los medios desviar la mirada hacia el parque Bécquer, como si de ello dependiera mi vida. ¡Qué digo mi vida, la de todo el universo!
Cualquier cosa menos verle. Cualquier cosa menos saludarle. Cualquier cosa con tal de evitar un saludo frío e indiferente. Porque él nunca me rechazará el saludo. Nunca se lo rechaza a nadie, pues él me contó que ese fue uno de los consejos que le dio su padre y que siempre llevó a cabo.

1 cafés:

Anónimo dijo...

Yo tampoco rechazo el saludo a nadie ...