sábado, diciembre 09, 2006

Capítulo 21: Prisionera del sueño

Prisionera del sueño


Lucía, Dafne y Pablo salieron de la habitación de Carol con un ligero aire de felicidad.
- ¡Nístrim! – Dafne me llamó. Parecía que había renacido tras ver a Carol. - ¿Dónde te has metido? Carol ha preguntado por ti.
- Ah, vale, voy a entrar ahora.
Los tres se iban ya a casa. A Carol le darían el alta más tarde y, hasta entonces, serían los padres quienes se quedaran a esperarla.
- ¿Van a entrar? –Pregunté a los padres de Carol.
Me dijeron que no, que entrara yo, que ellos la verían después.

Carol estaba pálida, perdida entre unas sábanas blancas y ásperas. Sobre la cama, en la pared, un cristo. En frente, una televisión por monedas. Aquello era repugnante. Religión y capitalismo unidos por el fracaso de una suicida.
- ¡Nístrim! – Carol parecía vital, como siempre, a pesar
de las circunstancias.
Acerqué una silla a la cabecera de la cama y me senté. La miré a los ojos esperando que ellos me dieran una explicación coherente al porqué de su intento de suicidio.
No me dijeron nada.
- ¿Por qué lo has hecho? – Le pregunté sin más dilación. Me pareció patético. No era la primera vez, ni sería la última, que esa pregunta entrara por sus oídos.
- No lo sé, Nístrim, es que se me junta todo...
- ¿Te mueres de hambre? ¿Sufres las dolencias de una enfermedad terminal?
Carol se rió levemente.
- Si te dijera la verdad, no te lo creerías nunca.
- Inténtalo.
Carol se incorporó con cuidado hasta quedarse sentada sobre la cama.
- Verás, - Comenzó. – el otro día, bueno, ayer, de madrugada, me despertó el móvil. Al principio pensé que se trataba de una perdida vuestra, Dafne siempre me hace una perdida cuando llega a casa, pero me di cuenta de que era una llamada larga. Fuese quien fuese quería hablar conmigo. En la pantalla del móvil no aparecía nada: ni número, ni siquiera identidad oculta. Nada. Creí que era una jugarreta de mi cerebro, que aún estaba demasiado dormida y no carrulaba debidamente. Luego me di cuenta, aún estaba dormida. En realidad nadie me estaba llamando, ¿sabes? Sólo era un sueño. Pero no podía despertarme. Lo intentaba una y otra vez, pero no había manera. En el sueño estaba en la cama, todo era idéntico a la realidad y yo era consciente de todo, ¿sabes? Como si estuviera despierta, pero no era así, Nístrim, era un jodido sueño ¡y no me podía despertar! Al final desistí, porque mis intentos fallidos me estaban provocando una asfixia. Intenté respirar con todas mis fuerzas, gritar, moverme... pero todo era inútil porque estaba soñando y no me podía despertar. Estaba atrapada en el sueño. Como te he dicho, al final decidí desistir, dejarme llevar por el sueño. Entonces me levanté de la cama, en el sueño digo, ¿me entiendes, no?-
Asentí con la cabeza. Sorprendentemente, aquello no me parecía inverosímil.
- Bien, me levanté de la cama y comencé a andar por la habitación. Entonces, me di la vuelta, miré a la cama y ¡allí estaba yo! Completamente dormida, como estaba en realidad... Porque yo estaba dormida ¿sabes, Nístrim? Todo era un sueño del que yo no podía despertar y al que me entregué por así decirlo... Y lo más flipante es que me vi ahí, tía, estaba en la cama, dormida. Joder, Nístrim, te juro que si hubieses entrado a la habitación y me hubieses visto ahí lo habrías visto igual que yo... No sé si me explico. Lo que quiero decir es que aquello era tan real... No era como cualquier otro sueño. Allí los objetos tenían otra dimensión, no sé cómo explicarlo... Quiero decir, en los sueños normales sabes que son sueños porque tienen cada paranoia surrealista que lo flipas, igual no hay coherencia y están llenos de fantasía. Pero es que este sueño no era así, Nístrim, este era un sueño real. Bueno, como te iba contando, yo me quedo inmóvil, ¿no? Mirándome a mí misma, que estoy durmiendo en la cama, cuando escucho a un hombre detrás de mí que me dice: esa eres tú. El tú que sufre, el tú que vive ahí fuera, tan solo, tan incomprendido. ¿No desearías acabar con todo eso? Yo, consciente todo el rato, porque, a ver, no era como en los sueños normales, que parece que estás siguiendo un guión y no puedes hacer nada por cambiarlo... Yo allí era totalmente consciente de mis actos, yo misma decidía lo que debía hacer y todo... Era como si fuésemos dos: mi yo dormido que pensaba y mi yo soñado que era el que actuaba. ¿Me explico? Nístrim, si no dímelo ¿eh? Bueno, va, yo, consciente de mis actos en todo momento, voy y, tonta de mí, le digo al tío ese que sí, que quiero acabar con todo eso. Bien, él me dice que tengo dos opciones: vivir en la realidad o vivir en el sueño. ¡Vivir soñando! Como estaba haciendo en ese momento ¿sabes? Nístrim, tía, se me fue la pinza del todo y le dije que deseaba vivir soñando. No sé, por un momento creí que sería inmortal y viviría todas mis fantasías, mis deseos... ¡Todo! Viviría para siempre en mi mundo, sin dolor, sin desquicies... Aquel hombre me estaba ofreciendo una vida eterna y perfecta. Una vida a mi medida. Pero todos aquellos bonitos sentimientos se desvanecieron en un segundo. De pronto aparecieron más hombres y mujeres, todos ellos vestidos elegantemente de traje negro. Se acercaron a mí, bueno, al yo dormido, y me agarraron fuertemente. Yo, como ni siquiera podía despertarme, tampoco me podía mover... Y ellos comenzaron a pasar unas cuchillas por mi cuerpo, suavemente. Luego, se acercaron a mis muñecas. Dos mujeres, una de unos cuarenta y pico años y otra de unos veintipocos me asieron de las muñecas mientras otros me cortaban las venas con las cuchillas. Yo sentía realmente el dolor, y sufría, aquello me estaba matando. Algo así como los sueños de Pesadilla en Elm Street, ¿sabes? Una cosa muy rara, pero aquellas personas parecían cultas, no unos asesinos cutres como Freddy Krueger. Bueno, como iba diciendo, como yo no me podía despertar, ni hacer nada, mi yo del sueño empezó, o empecé, no sé cómo debería decirlo... Bueno, a gritar fuertemente: ¡No! ¡Dejarme, dejarla, o lo que sea, quiero vivir, quiero sufrir, quiero... Quiero vivir en la realidad, no en mis sueños! Mira, fue decir esto y despertarme. Pero, en cuanto vi la sangre salir de mis muñecas, sólo pude pegar un pequeño grito antes de desmayarme.
¿Sueños? ¿Eruditos vestidos de negro? Sólo podía ser una cosa. Sabía que aquello sólo podía ser cosa de ellos: de los monstruos del subconsciente que albergaban en el ascensor número seis del Boulevard de los sueños rotos.
- Nístrim, ¿qué ocurre? No me crees, ¿verdad? Piensas que estoy loca.
- No, Carol, qué va. Te sorprenderías si supieras lo que yo sé. – Saqué del bolso el tocho de folios color crema en los cuales estaban escritas, al pie de la letra, mis confesiones más íntimas en el ascensor número seis, y se lo ofrecí.
- Oh, Nístrim, muchas gracias, ¿es tu última novela?
- Sí, pero aún está sin terminar.

3 cafés:

Anónimo dijo...

Bien, cuelga el siguiente. Me intriga cómo acabará esto, pero a la vez no quiero que acabe.

Anónimo dijo...

exacto, Carlos dijo las palabras exactas...

Anónimo dijo...

yo empizo a desear que acabe


Bonifacio S.Guay