viernes, diciembre 08, 2006

Capítulo 20: Las ondinas carecen de alma

Las ondinas carecen de alma



Víctor estaba de pie, mirando por la ventana, indiferente, como siempre. Inconscientemente me quedé mirándole, deseándole como la primera vez que le vi. Me sentí tan tonta...
Óliver se dio cuenta de cómo le estaba mirando, lo supe por la sonrisita estúpida que me ofreció.
- ¿Sabes algo de Nico? – Le pregunté a Víctor.
- No, aún sigue ahí dentro. – Me contestó, seco.
Agaché la cabeza con timidez, arrepentida de haberle preguntado nada, dolida por su comportamiento indiferente.
Me situé a su lado y contemplé el triste paisaje que ofrecía el sucio cristal de la ventana.
Llovía.
Llovía mucho. Una típica lluvia de verano, de esas cuyas gotas, grandes y frías, caen pesadamente sobre el asfalto.
- No tienes por qué estar aquí, Víctor.
Le miré, él a mí no, sólo sonreía sin dejar de mirar a través de la ventana.
- ¿Por qué te ríes?
- No, nada, sólo que es gracioso. La situación, digo.
Ninguno de los tres conocíamos realmente a Nico y, sin embargo, ahí estábamos. Tal vez fuera sentimiento de culpa, después de todo íbamos en el coche que le atropelló.
Las gotas de lluvia caían cobre los charcos, provocando una peculiar y bonita imagen. Me imaginé diminuta, dentro del charco, sorteando a las gigantescas gotas de agua, buceando como una sirena.
- ¿Sabías que las ondinas carecen de alma hasta que se enamoran? – Víctor me sorprendió con esta pregunta.
Aún seguía inmerso en el espectáculo que ofrecía la lluvia.
- ¿Qué es una ondina? – Pregunté extrañada.
- Es un ser mitológico, una náyade del mar.
- ¿Una sirena? – Mi voz sonó demasiado efusiva, como si me hiciese ilusión que Víctor fuese capaz de leerme el pensamiento.
- No, las ondinas son como las mujeres, sólo que viven en el mar y tienen los dedos unidos por membranas para poder nadar.
- Prefiero las sirenas. – Me prometí ser una borde hasta que sus ojos se fijaran en mí.
- Pero las sirenas no carecen de alma hasta que se enamoran.
Terminó esta frase y me miró a los ojos. No pude con eso, me vi obligada a bajar la mirada.
Las ondinas carecen de alma hasta que se enamoran, que es cuando descubren el sufrimiento.
Nico salió de la sala con la ayuda de una silla de ruedas. Se acercó a nosotros y nos agradeció que le hubiésemos acompañado. La mirada que me echó a mí fue inclasificable. Lógico.
Víctor se ofreció a acercarle a su destino, pero Nico se negó, dijo que llamaría a uno de sus amigos.
- ¿Tú qué vas a hacer ahora? – Óliver sabía muy bien lo
que haría, iría a ver a Carol. Supongo que utilizó esta pregunta para que yo me inventara una excusa y me quitara a Víctor de en medio. Pero yo no quería deshacerme de él tan pronto.
- Subiré a ver a Carol. ¿Vosotros?
Ninguno de los dos pintaba nada allí arriba, por lo que optaron por irse. Cada uno debía seguir su camino.
Nico estaba perfectamente y me odiaba por haber jugado de esa manera con él, y porque le había hecho ser testigo de mis verdaderos sentimientos.
Había sido atropellado por el único ser al que yo había sido capaz de amar en toda mi vida.
Las ondinas carecen de alma, las ondinas carecen de alma, las ondinas no tienen alma... Hasta que se enamoran, hasta que sufren.

1 cafés:

Anónimo dijo...

Hay que ver lo que ha avanzado esto un día que he estado fuera.
Me alegro de que Carol esté mejor. Venga, cuelga el siguiente.