jueves, noviembre 30, 2006

Capítulo 14: Las raíces de mi angustia

Las raíces de mi angustia



- Buenos días, Nístrim. – Me dijo una mujer que rondaría los cincuenta años pero que, aún así, resultaba bastante atractiva. – Parece que es sábado. Hoy hay mucha clientela.
¿Clientes? Bueno, si ella nos consideraba eso...
La mujer escribió en la pizarra “Angustia”.
- ¿Nístrim? ¿Qué es la angustia?
- Una vez leí que la angustia era causada por la libertad del ser humano. Veamos, la libertad del hombre se basa en que es el único animal que no responde al esquema “estímulo-respuesta”, sino que él es capaz de ver más respuestas. Esto le hace sentirse mal cuando debe elegir entre cosas que se contraponen y podrían... vamos, que dependiendo de la respuesta que eligiera su vida iría de un modo u otro. No sé si me explico bien, pero... ¡Bua! ¡Qué pesadilla! La angustia es la experiencia metafísica de la posibilidad de ser todo y nada. Vamos, que la angustia nos muestra la existencia de la nada. Eso es la angustia. Porque somos unos miserables mortales, y algunos, como ya comenté en otra sesión, son tan ignorantes que prefieren creer en Dios y un cielo que recompense todo lo que hicieron en vida, porque su cobardía, su ignorancia, no les permite aceptar que esta vida es una mera etapa de tiempo, una oportunidad de ser para un óvulo; que todo lo demás, el antes y el después, no existen.
Es todo tan complicado y, a la vez, tan fácil, que hay veces que nos preocupamos demasiado por nimiedades y dejamos de lado lo que de verdad importa. Esto mismo me sucede continuamente con mis amigas. Ellas se empeñan en tratar en nuestras conversaciones el tema del amor y otras utopías; y no hay forma de que abran los ojos y se den cuenta de que esto nos está rompiendo, nos hace caer en la superficialidad que tanto criticábamos de las cuadrillas pijas.
Tenemos tanto miedo de nosotros mismos que nos refugiamos en utopías divinas relacionadas con la vida post-mortem. Y aún hay gente que no cree que la existencia humana sea realmente triste. Ignorantes.
A veces yo también me he cuestionado eso. Soy demasiado realista como para creer en Dios pero, aún así, a veces me pregunté si habría algo, algo mejor... Que todos estos años no se extinguirían con el paso de la eternidad.
Anoche descubrí algo que me hizo daño, algo que me decepcionó. Fui yo. Yo me decepcioné a mí misma porque me di cuenta de que aún no había olvidado a aquel chico. Pero le guardo tanto rencor que, juro por mi vida, nunca volveré con él. No me arrastraré. Así que ahora resulta que me he percatado de que, a parte de imbécil, también soy rencorosa. Aunque, sinceramente, sigo dudando. Me refiero a ser rencorosa; creo que realmente no lo soy, que lo único que alberga mi interior es rabia porque nada de lo que quería en la vida se ha cumplido. Frustración, tal vez. No tengo ese loft con los bohemios, ni he logrado abstenerme al cien por cien del amor. Y eso sí que es realmente deprimente. Pero, el caso es que, cuando pienso en esto, me siento realmente mal, porque siento que traiciono a tres personas maravillosas. Y ya sé que me siento realmente mal durante esos días en los que no sé qué hacer. Que, por no saber, no sé ni quién soy. Me doy cuenta de que nunca antes me planteé qué lugar en el mundo ocupaba yo, en mi mundo, en el mundo que me rodea. Pienso que no valgo para nada, que toda la vida la he pasado dependiendo de los demás, y que si me borrara, si me esfumara, si desapareciera, sería como si nunca hubiera existido, y nadie me echaría en falta. Como si no le aportara nada a nadie, ni siquiera a mi propia vida.
Pero, de pronto, me doy cuenta de la razón por la cual la gente se enfada conmigo, la razón por la cual mis amigas han llegado, en ocasiones, incluso a odiarme, a criticarme, y otras, en cambio, no han dudado en llamarme, o tal vez sí, pero me llamaron. Me copian, me superan, les asquean mis gustos, mi estilo y me dan a entender que nunca querrían ser como yo. Y, sin embargo, me copian.
Echo la vista atrás y, al pensar en la gente que una vez me hizo sentir mal, creo que todo aquel ser humano con el que traté no valía para nada. Nadie que conocí me quiso.
Pero... no sé. Pese a todo lo que me dieron a entender, me doy cuenta de que no me odian, me admiran. Y que cuando se enfadan conmigo es porque lo que hice, por insignificante que fuera, les dolió; y no por lo que hubiera hecho, ya que, tal vez, se tratara de lo más insignificante que te puedas imaginar, sino porque lo hice yo. Y llega un día, un simple día, y me doy cuenta de que si hago algo, defraudaré a alguien y, si hago otra cosa, defraudaré a otro. Y ¿por qué? Porque les importo, porque significo algo para ellos, porque existo en su mundo y, si un día faltase, les dolería. Existo.
Me duele todo porque a veces soy demasiado profunda en un mundo excesivamente superficial. Mi mundo, el de verdad, el que vive en mi subconsciente, es todo lo contrario. Es tan profundo... profundo, intenso, sensual, es tan... inconfesable. Sé que estoy aquí para solucionar mis problemas psicológicos, y que la mejor manera de hacerlo es exteriorizando mis monstruos, pero debo reconocer que soy una simple cobarde que teme convertirse en alguien que no soy. Convertirme en el yo interno que no conozco realmente, pues nunca me atreví a mostrarlo. Y, ahora que me veo casi capaz de hacerlo, me da miedo encontrarme con algo que no me guste. No me atrevo a mostrar el yo que alberga mi subconsciente. El yo que me hace pensar en cosas insospechadas, misteriosas, morbosas y aterradoras. Envidias absurdas hacia gente igual a mí, hacia gente que veo realmente feliz.
Yo vivo sola y muy metida en mi mundo de letras e historias seudo autobiográficas, y temo acabar ensimismada y sola por completo. Es tan triste mi forma de vivir... tan cerrada, tan tímida. Tan tímida que, para hablar sin ponerme colorada, necesito beber. Eso sí que es triste, avergonzarse de uno mismo... Pero es que yo, si no, no soy nadie. Soy muy cortada y me cuesta muchísimo abrirme a los demás.
La tristeza es aquello que siento cuando me doy cuenta de quién soy realmente. Debo reconocer que cada vez me doy más asco, más pena, pero, por otro lado, me siento orgullosa de mí y, si hay algo de lo que no me arrepiento es de mi forma de pensar liberal. Tristeza cuando me miro al espejo y no me gusta lo que veo. Tristeza cuando una amiga me daña con sus palabras, palabras de una joven acomplejada que acusa a todas las chicas rellenitas de escándalo público, cuando salen a la calle con ropa ceñida. Eso es triste, ver cómo alguien a quien admiras resulta ser un monstruo sin corazón. Sinceramente, puede que la tristeza radique de la angustia ¿no?
Cambiando de tema, y ahora que lo recuerdo, después de liarme con el amigo del chico que me gustaba, soñé que en mi interior albergaban dos serpientes; una verde y otra amarilla. Ambas transmitían música y se manifestaban asomándose por mi oído en forma de auricular. Yo tenía miedo de quedarme sorda. Finalmente, logré sacármelas por la boca. Fue terrible, parecía sentirlas salir de mi garganta realmente. Las arcadas eran tan reales... Una vez en el exterior, murieron y se hincharon como un globo de helio. Cerca de ellas había dos cadenas de plata que yo me quedé con mucha ilusión.
Antes no soñaba tanto, pero desde que vengo aquí lo hago cada vez que cierro los ojos, como si todo aquello que viviera en mi subconsciente quisiera aprovechar cualquier oportunidad para salir.
En otra ocasión, también soñé que me caía al barro y manchaba mis pantalones blancos. Y, en otra ocasión, soñé que el chico de la humillación sentimental me volvía a decir que sentía algo por mí. Estábamos en la casa de mi madre, en el patio. Allí había mucha gente, todos ellos conocidos de la Escuela, amigos... Habíamos llegado hasta allí juntos, en autobús, a pesar de que esa casa está situada en otra ciudad, pero él apareció directamente allí, en la casa, con una sonrisa casi frívola.
Me junté a él como una tonta y luego se acercó una conocida enemiga mía. Me enfadé y me alejé de ellos. Pero él se acercó y, a medida que lo hacía, se iba haciendo más pequeño, más joven, hasta convertirse en un bebé. Con su nuevo aspecto me pedía un beso, pero yo se lo negaba asqueada, ante la mirada de repugnancia que mi absurda enemiga me propinaba.
Y también soñaba que estaba él en el patio de mi madre con su novia, que yo me ponía de los nervios y les tiraba con plátanos; que iba corriendo desesperada a un supermercado y allí me encontraba con una chica a la que intentaba contar mis problemas, pero ella pasaba de mí y yo me quedaba en el súper, llorando como una magdalena.
Estoy harta de soñar tantas estupideces. A mí ese chico me da igual, ¡está olvidado! Me la suda si tiene novia, me da igual lo que haga. No entiendo por qué sueño lo contrario.
Estoy harta de esta sarta de sueños híper surrealistas y repugnantes que me acechan cada noche. Si significan algo, si mi subconsciente los utiliza como medio para comunicarme algo; quisiera descifrarlos. Y creo que vosotros sabéis hacerlo. Y quiero terminar con todo esto, con las sesiones. Quiero que hoy me digáis todo lo que debo saber porque deseo terminar. Hay una vida social esperándome ahí fuera.
Estaba histérica. Deseaba salir de allí, deseaba ser libre. Pero estaba asustada; no sabía qué había hecho, si aquello estuvo bien. ¿Y si todo fue mal? ¿Realmente acabaría condenada al ensimismamiento?
Los allí presentes, como cada día, escribían sin cesar, y la mujer de la angustia parecía realmente desorientada.
- ¿Por qué quieres terminar hoy? – Me preguntó la mujer.
- Porque ya son demasiados días y tengo más cosas que hacer... Además, en la primera sesión me advirtieron de que si acudía a demasiadas sesiones, me darían por imposible y yo moriría, siendo ése el final de la historia. – Dije imitando aquellas palabras.
- ¿Y crees que ya estás curada? – Me preguntó con ironía.
- No lo sé. Sólo he hablado yo. Esperaba que ahora me ayudaran ustedes. ¿No lo van a hacer?
- Debemos hablar nosotros antes. Ven dentro de una hora y tendrás tu resultado. Hasta luego, Nístrim.
Me metí en el dichoso ascensor, muy enfadada y, al salir, me sentí agobiada al ver a tanta gente. Siempre me han agobiado las aglomeraciones humanas.

Iba decidida a gastar mi hora en el bar de Óliver pero, al ir a coger el ascensor que me bajaría a la realidad, me detuvo el imbécil de turno.
- Nístrim, no entiendo tu comportamiento. ¿Todo esto es por Sonia? Te recuerdo que, poco después, te liaste con uno de mis mejores amigos casi delante de mis narices; y antes te habías liado con otros tíos ¿no? O eso oí...
- Tengo prisa. Además, yo no tengo nada que hablar contigo. ¡Ah! Y no es sólo por Sonia. Es simplemente que no siento lo más mínimo por ti. Nada más. Todo se acaba y los sentimientos también, se disipan. Déjalo. Después de todo, lo nuestro no fueron más que encuentros esporádicos en noches de alcohol y sexo; no significaba nada, al menos para mí.
Le di al botón rojo y salí a la calle. Crucé corriendo la carretera. Llorando. Maldiciendo aquel orgullo que me comía por dentro.

martes, noviembre 28, 2006

Capítulo 13: Ascensor número Cuatro

Ascensor número cuatro


Como cada mañana, el sábado fui al bar de Óliver, antes de entrar al Boulevard.
- Parece que ayer hubo fiesta... – Me dijo con una sonrisa.
- ¿Tanto se me nota? - Le pregunté mientras me quitaba una legaña del ojo derecho.
- Nada que no solucione un café solo. Cuéntame, ¿Qué tal anoche?
- Surrealista.- Aún, a día de hoy, me pregunto por qué utilicé aquel adjetivo.
- ¿Qué? ¿Pues qué pasó? – Me preguntó tras una risilla burlona.
- Nada, déjalo. Paranoias mías. Fue... como cualquier otro viernes. Alcohol, rock y algo de sexo.
- Pues que bien ¿no? ¿Y la sesión de hoy? ¿Te has preparado algo?
Negué tímidamente con la cabeza.
- ¿Qué? ¡Nístrim!
- Ya se me ocurrirá algo sobre la marcha, tú tranqui. Angustia, agresividad, envidia, ignorancia, muerte, rencor y tristeza ¿no?
- Sí. – Afirmó abatido.
- Pues bueno, yo me voy para allí. ¡Ciao!
- ¿Y el café?

Boulevard de los sueños rotos, primera planta, ascensor número seis.
Como cada mañana, Vera me saludó alegremente. Pero hoy había algo diferente en el ambiente. Había gente. Cada uno entraba en un ascensor diferente, o salía. Con expresiones diferentes, diferentes modos de vivir, de pensar. Allí se veían viejas sin futuro, pijas frustradas, curas sin fé, putas reclamando amor, divorciados traumatizados, criminales sensibles...
Frente al mostrador, un chico hablando con Vera. Me recordaba a mí el día que llegué. Me dio pena y me pregunté por qué habría llegado él hasta allí, qué problema tendría. Estaba desconcertado por lo que le decía Vera. Supongo que le estaría negando que aquello era un supermercado y diciéndole algo acerca de un libro. Sin embargo, tal y como hice yo, se encaminó hacia el ascensor que le dijo. Cuando se volvió y le vi el rostro me quedé helada. Me di la vuelta rápidamente, pero él me reconoció.
- ¡Nístrim! ¿Cómo tú por aquí? Oye, ¿Qué es esto? ¿Están todos locos o qué? No sé qué me dicen de un ascensor y de que ojalá se solucione pronto mi problema. ¿Qué problema?
- ¿Quieres callarte? – Le pregunté excesivamente borde al hombre que me traicionó, me decepcionó y se me apareció en los ojos de otro hombre. - ¿A qué ascensor debes ir? – Le pregunté moderadamente para suavizar la situación.
- Al cuatro. – Me dijo en un tono frío y tímido.
- ¿Sabías que soñar con el número cuatro es augurio de desintegración o de una pérdida definitiva? – Me salió del alma. – Por cierto, ¿qué tal con Sonia? – Una revista femenina me enseñó que lo mejor en estos casos es comportarse amablemente, como alguien que se preocupa por su amigo. Nada de borderías que delataran mi sentimiento.
- ¿Sonia? Esto... nada. Aquello sólo fue un rollete. Una tontería. Oye, no nos vemos nada ¿Por qué no quedamos algún día?
No me lo pensé dos veces.
- No. No, ahora ando muy liada. Estoy escribiendo una nueva historia. Pero si sigues el camino de la carretera te aseguro que te encontrarás con algún puti-club. Bueno, me tengo que ir. Me esperan en el ascensor seis.
Y me fui meneando el culo, orgullosa, para que viese lo que se perdía.
Me metí al ascensor con una felicidad extraña y una sonrisa de gilipollas.

Capítulo 12: Sus Ojos

Sus ojos


Aquella noche yo estaba un poco desorientada. No tenía muchas ganas de juerga, aunque sabía que si me tomaba algo fuerte, como un delicioso combinado de vodka y lima, todo marcharía bien.
Entramos a un bar cuya música de fondo se correspondía al movimiento punk-rock de la España de los ochenta, y cuyos clientes presentaban una estética punk basada en gomina, botas militares y olor a marihuana. Dafne y yo éramos, supongo, para los demás, dos chicas muy raras. No vestíamos como los punkarras, ni tan pijas como las amantes del reggaetón. Simplemente teníamos estilo. Yo podía salir tranquilamente una noche con una falda hippie comprada en cualquier puesto hippie de cualquier fiesta; y una camiseta de tirantes que Zara se empeñó en colocar en la zona de lencería.
Dafne solía comprarse ropa en el mercadillo, pero vestía con tanta clase que nadie se percataba de ello.
A pesar de nuestra forma de vestir, optábamos por ir a bares canallas en los que la letra de sus canciones reivindicaban una y otra vez la legalización de la marihuana y un mundo anárquico. Dafne y yo nos considerábamos seguidoras del anarquismo, pero no del suicidio lento y absurdo.
En la barra, solitario, estaba apoyado un chico moreno, alto, muy atractivo. Le pillé mirándome varias veces pero no quise acercarme a él, temiendo que fuera uno de esos repugnantes tipos que van solos a los bares para mirar a las chicas.
Me avergoncé de mí misma cuando se le acercó un grupo de chicos y chicas que comenzaron a hablar con él de modo amistoso. Él me volvió a mirar, y yo le devolví la mirada con una sonrisa. Atrevida, me acerqué a él y le pregunté su nombre. Nico.
Le dije que me aburría y él me sonrió, me dio la mano y se dirigió hacia la puerta del bar. Me di la vuelta para avisar a Dafne, pero ella estaba bastante ocupada con su ex, de cuya presencia no me percaté hasta entonces.
Él me sujetaba fuerte la mano y caminaba muy deprisa, delante de mí. De vez en cuando se giraba y me sonreía. Me recordaba a un niño eufórico por enseñar su juguete nuevo, o tal vez un secreto. Yo iba un poco borracha y, de vez en cuando, soltaba una risita sin sentido. A él, esto, le resultaba simpático. Tras correr por una calle muy oscura, de esas que mi madre siempre me advirtió de niña, corriendo, llegamos a un portal bastante iluminado. Él me apoyó con fuerza contra la puerta y me levantó el brazo derecho. Comenzó a besarlo. Besos cortos y suaves. Bajó hacia el cuello y sentí alarmada cómo intentaba absorber. Le aparté bruscamente y le dije muy seria que nada de chupones.
- ¿Por qué?- Preguntó extrañado.
- Son tan... Es algo tan arcaico y machista. Es como poner una marca que diga: no tocar, tiene dueño. Además, no aportan nada. Si me quieres hacer una marca, muérdeme, que eso, por lo menos, me hará sentir algo.
Puso cara de interrogación y luego añadió:
- Ok, pequeña feminista. Nada de chupones.
Dicho esto me agarró de la cintura y me acercó a él. No me miró, sólo me besó. Mejor. ¿Feminista? Ya me lo habían llamado esa semana. Feminista, feminista... Me lo iba repitiendo en mi cabeza mientras besaba al chaval. Feminista. Me gustaba.
De pronto noté su mano deslizándose por mi pierna, metiéndose bajó mi falda, apretándome el muslo. Me aparté de sus labios y eché la cabeza hacia atrás. Él me besó, de nuevo, en el cuello. Algo que parecía tan simple pero que, con gran diferencia, hacía mejor que los anteriores.
Se apartó, me apartó de la puerta y abrió. Era su portal. Sabía que si subía me iba a portar como una niña mala, pero estaba demasiado excitada como para negarme.
Una vez en el ascensor, Nico me quitó la camiseta con ansiedad y me desabrochó el sujetador con violencia. Me agarró un pecho y comenzó a masajearlo levemente. Luego comenzó a lamer mi pezón. Y, de pronto, clin, se abrió el ascensor. Me fijé en el número. Seis. Curiosamente era el sexto piso. Yo iba desnuda de cintura para arriba y suspiré aliviada porque no había nadie por allí.
Abrió la puerta y, otra vez, me cogió de la mano, me sonrió y me llevó corriendo a una habitación. Me cogió y me tiró sobre la cama. Yo comencé a reírme y él se quitó la camiseta a toda prisa. Se tumbó en la cama conmigo y me sonrió mirándome a los ojos. Mal. Me quitó los tacones y las medias. Observó mis piernas y besó mis rodillas. Yo no paraba de reírme. Finalmente, me quitó la falda y observó con detenimiento mi tanga negro que, a continuación, me quitó con la boca. Yo me puse de rodillas y le desabroche ansiosa el pantalón. Metí la mano por el sleep y la note tan dura, tan grande...
Me agarró de la cintura, se sentó y me sentó sobre sus rodillas. Acarició mi sexo suavemente y, después, me introdujo un dedo. Sus movimientos, coordinados con los míos, eran perfectos, y me produjeron un placer intenso, que se acentuó cuando besó mi pecho, lamió mis pezones.
Yo se la agarré con cuidado pero con firmeza y comencé a mover la mano lentamente hacia arriba y hacia abajo. A medida que él me proporcionaba más placer con sus dedos, yo aceleraba el movimiento de mi mano.
Nos miramos a los ojos un momento. Era guapísimo y me miraba con deseo. Pero algo fallaba. Esa mirada, sus ojos... Inclinó la cabeza y me besó. Me besó muchísimo mejor que las veces anteriores. Mejor que cualquier otro.
- Debe ser tardísimo.- Le dije. Después me levanté y fui
en busca de mi ropa, que me puse aceleradamente una vez la tuve a mi alcance.
- ¿Ya te vas?- Me preguntó con una voz que expresaba desilusión.
- Sí. Mañana debo madrugar.- Terminé de ponerme la camiseta
y me dispuse a arreglarme medianamente el pelo frente al espejo de la pared, que se encontraba entre un póster de Curt Cobain y una estantería repleta de cd’s.- Es raro que haya un espejo en la habitación de un tío.
Este comentario debió pillarle de sorpresa, porque intentó decir algo y se calló. De pronto, me sentí mal por haberle dejado tan cortado.
Me puse los zapatos y me dirigí a la puerta.
- ¿Mañana irás al Praxis?- Ese era el bar donde nos encontramos.
- Sí, supongo.- Le dije seria. Tal vez demasiado.
- Yo también. Allí nos veremos.
- ¡No digas eso!
- ¿Por qué?
- Porque yo no quiero volverte a ver.
Caminé deprisa por el pasillo, llegué a la puerta de salida y la cerré tras de mí. Me metí en el ascensor, apoyé mi espalda contra el espejo, porque no me apetecía verme con el rímel corrido, y comencé a llorar.
Salí a la calle preguntándome por qué lo había visto en sus ojos. Se suponía que no sentía nada por él, que tras la humillación sentimental y después de haberme enrollado con su amigo, ya no significaba nada para mí. Y, sin embargo, lo vi en los ojos de Nico.

Capítulo 11: Tal como éramos

Tal como éramos.



- De qué me sirve tener un pensamiento liberal si el sexo femenino aún sigue calificándose “sexo débil”. Hombres, repugnante cáncer de la sociedad. Seres sin sentimiento alguno que se sienten los amos del universo sin saber que son meros juguetes de la mujer. Joder, Nístrim, claro que tienen sentimientos.
- ¡Carol! ¿De dónde has sacado eso? Dámelo.- Me acerqué a ella, que me dio el trozo de papel sin decir nada.
En ese momento Lucía, que había permanecido en silencio hasta entonces, dijo:
- Nístrim, no puedes tratar así a los hombres; ellos también sienten.
Uf, lo que tenía que aguantar. Gente defendiendo a aquel individuo de la especie humana con pene cuyas neuronas no le permiten ver más allá de un culo femenino.
Ya había estado enamorada de uno una vez y me juré a mí misma no volver a hacer algo semejante jamás. ¡Es como si un judío se enamorase de un nazi!
Un culo femenino... Lo que ellos consideraban un buen culo femenino. Caderas excesivamente estrechas, culo pequeño, pecho grande, pelo rubio, delgadez extrema, estatura media... ¡Eso era lo único que se dignaban a apreciar! Por eso yo fui tan tonta de ponerme a vomitar como una posesa, todo aquello que ocupaba mi estómago, los días posteriores a la humillación sentimental. A sabiendas de que yo estaba delgada y que mi ochenta y cinco, sesenta y cinco, noventa, no era más que un trío de números, al igual que mi talla treinta y seis / treinta y ocho y mi pelo largo, castaño y rizado.
Una Erzsébet Báthory inteligente, bella e ignorada. Abandonada, aburrida y engañada por una sociedad contaminada de una estética falsa que se alimentaba de jovencitas desnutridas que paseaban sus minúsculos culos sobre unas pasarelas.
Una Erzsébet Báthory cuya falsa fuente de vida no era la sangre, era la literatura.
Era el mero hecho de escribir lo que me estaba cerrando. Yo escribía casi todos los días, ya fuera en un diario, o paranoias sueltas en trozos de papel, o historias breves o inacabadas.
Me sentía tan sola en aquel piso, cuya única compañía eran un bloc, un boli y mi subconsciente, ese que quería matarme; que cada vez me extrañaba menos el hecho de acabar completamente ensimismada.
- Esto lo escribí hace tiempo.- Dije, mentirosa, para excusarme.- Ni siquiera sabía que estaba aquí.
- ¿Por qué no te planteas salir con alguien?- Me preguntó Carol.
Bajé la cabeza y la ladeé, abatida.
- ¡Ay! ¡Que tarde es! – Exclamó Lucía.- Había olvidado que había quedado con Guille. Debo irme, chicas. Esta noche nos vemos por la zona.
Lucía llevaba saliendo con Guille desde hacía un año. Me parecía increíble. Eran muy felices juntos o, al menos, eso parecía. Durante ese año habían tenido sus más y sus menos, pero siempre habían salido adelante. Y, en ese momento, les iba bastante bien. Pero Lucía ya no era la de antes. Hablaba poco con nosotras, se iba muy pronto, le quitaba importancia a todo aquello que sólo le debía importar a ella, se comportaba de forma diferente con nosotras si Guille estaba delante... Yo no quería acabar como ella. No quería probar los efectos secundarios del amor que afectaron a Lucía.
- Pues, ahora que sale el tema, -Dijo Carol.- Yo he quedado con Pablo esta noche.
- Vamos, Dafne, que hoy toca noche de solteras.- Le dije a Dafne, que estaba tumbada en el sofá mirando al infinito.
Pablo y Carol, Carol y Pablo, también llevaban mucho tiempo saliendo, pero no estaban tan absorbidos como Lucía y Guille. Carol tenía una forma de pensar bastante parecida a la mía, en lo que al ámbito sentimental se refiere. Ella compartía mi idea de que el amor no existe pero, al contrario que yo, ella había mantenido alguna que otra relación sentimental seria. Y con este último parecía irle bastante bien.
Carol y Lucía decían admirar mi modo de vida, pero en el fondo sabía que yo para ellas era un simple putón. Seguramente les daría pena verme tan sola, refugiada entre mis historias... Pero qué par de ignorantes.
Dafne era, sin duda alguna, la más fuerte de todas nosotras. Para ella el amor había pasado a un segundo plano tras toda esa colección de humillaciones no merecidas durante los terribles años escolares. Un falso rumor, como la mayoría de los bulos, le había marcado de por vida. Condenada a ser rechazada por una invención infantil. Condenada a una infancia sin amistad, resurgió de sus cenizas cuando comenzamos a salir las cuatro.
Su belleza, y su cuerpecito de muñeca, le ponía a su alcance a cualquier chico. Pero ella siempre esperaba estar lo bastante segura hasta liarse con alguno. Por entonces estaba medio, medio, con un ex. Algo que a mí, personalmente, me parecía una equivocación, ya que suponía que él volvería a hacerle daño, como cuando la dejó.
- Pues venga, Nístrim, arréglate y vamos a comernos la noche.
Hice caso a Dafne y me arreglé físicamente, preparándome para una noche de fiesta que, esperaba, me arreglase psicológicamente.

Capítulo 10: Inspiración Perdida

Inspiración perdida



Una vez en casa, encendí la radio sin prestar atención a la emisora, y de los altavoces salió la voz de Cedric Bixler, el cantante de The Mars Volta, pronunciando la última frase de la canción The Widow: Let me die, cause i’ll never, never sleep alone... ¿Déjame morir porque nunca dormiré solo? Volví de mis pensamientos al escuchar el impertinente sonido del teléfono.
- ¿Sí?
- Nístrim, soy Lucía, ¿Qué vas a hacer esta tarde?
- No lo sé... de momento me había puesto a escribir.- No era cierto, pero sí tenía previsto hacerlo, para prepararme la sesión del día siguiente.
- Entonces, ¿no vas a salir?
- ¿Tú has quedado con éstas?
- Aún no, pero vamos, que ellas sí salen.
- Si queréis os pasáis por aquí, pero no sé si saldré.
- Ok. Pues luego vamos a tu casa.
Me cogí una tableta de chocolate y me senté frente a la ventana con una libreta para escribir algo...
Pero no podía, no lograba concentrarme...
Mi cabeza daba vueltas sin parar, enredando pensamientos que nada tenían que ver entre sí: mi familia, mis amigos, mis fantasías, mis aventuras...
Desquiciada por mi falta de concentración, hice un movimiento para colocarme mejor sobre la silla. El roce de mis vaqueros con mi entrepierna, producido por ese leve movimiento, me produjo un placer pecaminoso que hizo desaparecer todo resquicio de pensamiento que quedaba flotando en mi mente. No lo podía evitar. Aunque sabía que debía escribir aquella especie de chuleta a modo de ensayo, o viceversa, no pude evitar repetir aquel movimiento. Me movía en la silla hacia delante y hacia atrás, cada vez más deprisa, con las piernas cruzadas para acentuar el roce. Cerré los ojos y me vi, completamente desnuda, acariciada por un hombre alto cuyo atractivo se situaba principalmente en un rostro bello y enigmático. Pude sentir sus labios fundiéndose suavemente en mi nuca, en mi pecho, en mi ombligo... Sus manos recorriendo mis muslos me encendían de pasión, y al besarme, tan salvaje y apasionadamente, me hacía sentir una diosa.
Volví a la realidad. Dejé de moverme y miré fijamente el boli y el cuaderno. Ya no quería escribir sobre la angustia y otros lugares de mi subconsciente. Quería escribir, sin más. Nada de obligaciones, nada de responsabilidades. Solamente escribir aquello que sentía en el instante en que mi boli rozaba el blanco papel. Me apetecía erotismo, morbo, perversión, lujuria...

Al cabo de, aproximadamente, una hora, me sorprendió indebidamente el sonido del timbre, ya que sabía perfectamente que Carol, Dafne y Lucía llegarían de un momento a otro.
Les abrí y les hice pasar al salón.
- ¿Queréis algo, un café, un algo... ?
- No, déjalo.- Me respondió Dafne.- Lucía nos ha dicho que habías comenzado a escribir una nueva historia. ¿Podemos verla?
- Aún no está... La acabo de empezar. Ya os la pasaré cuando la termine.- Le respondí.
Carol se acercó a la ventana y miró al exterior. Toda aquella gente caminando, las aceras repletas de coches... Había tanto estrés en la calle.
Me senté en el sofá y esperé a que alguna de las tres dijera algo porque yo no tenía ninguna gana de comenzar una conversación.
- Nístrim.- Me dijo Dafne.- ¿Por qué no te arreglas y salimos por ahí? ¡Que ya es viernes!
Asentí con una sonrisa antes de que Carol me sorprendiera diciendo unas palabras que me resultaban, en exceso, familiares.

lunes, noviembre 27, 2006

Capítulo 9: Demasiado profunda

Demasiado profunda


Salí del frío y viejo portal camino a casa. Tenía ganas de pasar un día de relaxing en mi apartamento, escribiendo y pensando en nada en particular. Iba tan tranquila y feliz, casi como las tías de los anuncios de compresas, que no me di cuenta de que Óliver me llamaba desde la acera de enfrente, en la puerta del bar.
- ¡Nístrim! ¿Por qué no vienes y me cuentas qué tal ha ido la sesión?
Crucé la carretera desanimada, ya que no me apetecía hablar con nadie, y saludé a Óliver de una forma, tal vez, demasiado fría.
- Venga, vamos dentro que te pongo un café solo.
Entramos y, como siempre, nos quedamos solos en el bar. Él se puso un café con leche y se sentó conmigo en una mesa. Me agobiaban sus ganas de conversar, ya que a mí me apetecía estar sola.
- ¿De qué habéis hablado hoy?- Me preguntó Óliver mientras yo miraba mi reflejo distorsionado en el oscuro café.
- Nunca me has preguntado eso.
- Ya, bueno... hasta ahora no se me había ocurrido.
- Del sexo y del odio.
- ¿Nada más?
- Es que con lo del sexo me he explayado mucho, tal vez demasiado... No sé, nunca me había abierto de ese modo con alguien hasta entonces. Ha sido realmente alucinante. No obstante, los demás días sólo tratamos un tema por sesión. Las palabras me salían directamente de mi mente, como cuando escribo.
- ¿Y has conseguido aclararte las ideas? ¿Qué te han dicho?-
Me preguntó el chico, bastante interesado.
- Aún nada, supongo que mañana me dirán.
- ¿Mañana? Nístrim, ¡Ya llevas acudiendo a tres sesiones!
- ¿Y? ¿Qué pasa?
- Que ya son demasiadas. Sea como sea, mañana debes terminar.
- ¿Estás loco? Iré cuanto haga falta, Óliver. Nunca me había sentido tan bien. Allí puedo hablar con total libertad; ellos me escuchan, me entienden y me quieren ayudar. Desperdiciar algo así sería de insensatos.
- Insensata estás siendo tú ahora, niña. ¿Es que no recuerdas lo que hemos estado hablando? Ellos representan los monstruos de tu subconsciente. Si te encuentras demasiado... Si disfrutas allí dentro, si prefieres su compañía a la del resto, si te encuentras mejor allí que en el exterior, estarás perdida. ¿No te das cuenta? Debes acabar cuanto antes o morirás.
- Oh, por favor, Óliver... ¿Crees que me tragué todo aquello? Esos tíos son sólo un grupo de psicólogos, sin más. Yo llegué en el momento oportuno al lugar adecuado y ahora tengo la suerte de recibir ayuda psicológica gratis. Y no hay más vuelta de hoja. Y pienso aprovechar esta oportunidad al máximo.
- Por favor, Nístrim... ¿No ves que no te están ayudando en nada? Sólo te escuchan, igual que te pueden escuchar tus amigos. Ellos no son simples psicólogos; son tus pensamientos más ocultos: el amor, el temor, el sexo, el odio, la angustia, la agresividad, la muerte, el rencor, la envidia, la tristeza y la ignorancia. Si son sólo ellos los que saben de ti, si sólo a ellos les expresas tus pensamientos; no estás haciendo nada. Todo lo que digas se quedará ahí dentro y de ti depende no quedarte tú también. Debes abrirte, pero abrirte a los demás, no a ellos ¿entiendes? Recuerda que vivir es convivir, no cerrarse en uno mismo. Ya sé que es muy fácil sumirse en uno mismo y dar la espalda al amor, viéndolo como un imposible que no merece la pena. Pero debes hacer un esfuerzo, Nístrim, porque si te cierras en ti, si te empeñas en encerrar todo lo que sientes en el subconsciente y decides dar la espalda a la realidad, acabarás ensimismándote.
Entonces me di cuenta. Óliver me había abierto los ojos. Ellos no iban a matarme si no conseguía solucionar mis problemas... ¡Lo haría yo! No se trataba de una muerte física, se trataba de una muerte psicológica..., acabaría retirándome a un claustro interior, ensimismada hasta el fin de mis días. Esa era la muerte que me esperaba.
- Oh, Óliver... gracias- Le dije con los ojos húmedos - De veras pareces mi conciencia... - Le di un beso y me dirigí a la calle.
- ¡Eh! ¡Que no te has tomado el café!
Fui a una cabina y llamé a mis amigas para ver si les apetecía quedar para tomar algo.

- Chicas- Les dije mientras ponía mi cazadora tras la silla.- ¿No os parece muy triste que nunca hablemos de verdad?
- ¿A qué te refieres?- Me preguntó Dafne.
- A ser más profundas. ¿Os dais cuenta de que si las cuatro nos abriésemos más a nosotras mismas, sin miedo ni vergüenza, todo sería más fácil?
- Abrirnos... ¿En qué sentido?- Preguntó Carol.
- Mira, todas tenemos problemas, pero a veces creemos que son insignificantes y los guardamos para dentro. Pero, qué pasa, que se van acumulando y llega un momento en que nos duelen y nos hacen sentirnos mal. Este sentimiento se exterioriza inconscientemente y nos hace comportarnos erróneamente con el mundo que nos rodea, que intenta ayudarnos inútilmente porque nosotros no le damos la oportunidad de saber qué nos ocurre. ¿Me seguís?
- Tal vez.- Respondió Lucía.- ¿Quieres decir que si nos contamos nuestras preocupaciones podríamos ayudarnos entre nosotras? Pero eso es de cajón.
- Claro que es de cajón, Lucía, pero nunca lo hacemos. Basamos nuestras conversaciones en charlas superficiales en lugar de hablar de lo que realmente nos preocupa. Supongo que si nos abriésemos más entre las cuatro, nos uniríamos más y seríamos más felices. Ese comportamiento nos ahorraría frustraciones innecesarias y psicólogos.
- Yo es que me siento mal.- Dijo Carol.- Pero no sé por qué. Es una angustia que no sé explicar.
- A mí también me pasa eso, Carol. Está todo en el subconsciente y sólo se saca de ahí expresándolo todo. Lucía, tú eres de artes también, algo te sonará de los surrealistas ¿no? Al principio cuesta, pero si consigues empezar es muy fácil. Tú habla, di lo que se te ocurra, no pienses, sólo di lo que piensas, sin miedo al ridículo ni nada por el estilo; simplemente exterioriza tus sentimientos.
- Joder, tía, cómo se te va la pinza.-Dijo Carol.- Llevas unos días... ¿Pero qué hacéis en ese taller?
- ¿Qué taller?- Pregunté extrañada.
- El de literatura, ese que lo organiza un grupo de filósofos.- Me aclaró Carol, recordándome la trola que me inventé el día anterior para ocultar mi ocupación matutina.
- Nos enseñan que el ocultar en exceso todo aquello que sentimos, nos lleva a la muerte de la sociabilidad. Vamos, que si somos tan cobardes de no expresar lo que sentimos acabamos encerrándonos en nosotros mismos. ¿Entendéis?
- Y utilizáis la escritura como un medio para exteriorizar lo que sentís, como hacen los poetas.- Añadió Lucía.
- V... sí, sí, exacto. Cada uno tiene su forma de expresión. Supongo que para ti, Lucía, será el dibujo.- Ella asintió con un movimiento leve de cabeza.- Carol, tú un día me comentaste que, en ocasiones, te daba por escribir paranoias ¿no? ¿Veis? Yo sólo digo que si lo expresásemos hablando, nos ayudaríamos un montón.
- ¡Uf! Qué tarde es... - Dijo Lucía mirándose el reloj.- Debo irme.-Y se fue.
Y después Dafne y, un poco más tarde, Carol.
Yo me quedé allí, sola y perdida, con unas ganas irrefrenables de hablar con alguien como lo hacía en el ascensor seis. Pero no podía volver allí, no debía. Así que me dirigí al bar de Óliver.
- Que raro tú aquí a estas horas.- Me dijo con esa sonrisa que tenía el poder de apaciguar mi karma.
- Óliver, no lo voy a conseguir, no podré... – Le abracé y me eché a llorar como una magdalena sobre su hombro.- Acabo de estar con mis amigas y es imposible. No me es posible abrirme del modo que lo hacía en el ascensor seis con ellas; no puedo... si lo hago me tomarán por una loca y me quedaré sola.
- Nístrim, tú no estás sola ¿vale? Me tienes a mí. Y no estás loca, que si tú estás loca, dime cómo estoy yo...
- ¡Tú estás bien! Y menos mal que estás... si no hubiese sido por ti, me hubiera dado cuenta de nada...
- Es que soy tu conciencia.- Me dijo con una sonrisa, recordándome la conversación que tuvimos al mediodía.- Y te prometo que a mí me lo puedes contar todo, hasta la más mínima paranoia ¿vale? Deja para tus amigas todas tus batallitas amorosas.
- El amor no existe, Óliver.
- ¿Cómo que no? ¡Con lo que te quiero yo a ti!
- No me refiero a ese amor. Por cierto, según tú, las sesiones deberían durar hasta que tratásemos todos los temas ¿no? Pero si debo acabar antes de que me encierre en mí misma, debería terminar mañana... Eso es imposible, Óliver, ¿Cómo podré lograr... ?
- Tú tranquila, ya verás como todo sale bien. Sólo debes recordar que los temas que te faltan son: angustia, agresividad, muerte, rencor, envidia e ignorancia.
- Últimamente he oído mucho la palabra tranquila, y poco menos que nerviosa ha conseguido ponerme.

Capítulo 8: Sexo

Sexo



Y allí volví, al ascensor seis. Me senté en el mismo lugar de siempre, esperando que uno de ellos se levantara, fuera hacia la blanca pizarra y escribiera el tema del que trataría la sesión.
Esta vez se levantó una mujer aparentemente más joven que la del primer día, tal vez lo aparentaba debido a su atractivo físico. Una chica alta y delgada, con una melena negra que le caía por la espalda, y sus ojos, negros y pequeños, eclipsaban el resto del rostro debido a la belleza misteriosa que desprendían.
Sexo, escribió sexo en la pizarra y se sentó en el suelo. De pronto, un silencio se hizo en la habitación. La mujer del primer día me miró y me hizo un gesto, indicándome que debía hablar.
- Lloré sin saber por qué, pero no era llorar, era sentir calor en los ojos. Los notaba cálidos y húmedos... Ardían. No sé por qué, pero el dolor que albergaba en mi interior era grande, enorme como la lava que espera paciente dentro del volcán.
Canciones que nunca me sonarán igual porque siempre me recordarán a él hasta el fin de mis días. Quisiera borrar eso de mi subconsciente para que pueda volver a escuchar fortune faded de Red Hot Chili Peppers como antes, sin rememorar cada segundo que pasé con él aquella noche mientras me besaba apasionadamente, mientras me tocaba con esas manos que durante tanto tiempo admiré cuando lo veía en clase de volumen, creando con ellas vida a partir del inerte barro.
Arden, cuando pienso en todos aquellos que me quisieron sólo para el sexo. Y no me importa lo más mínimo, porque sólo soy una feminista liberal que sólo utiliza a los hombres como juguetes sexuales, pero no soporto que me intenten hacer creer que yo para ellos soy algo más que eso. Son mentirosos y lo disculpan todo con argumentos ignorantes del tipo: los hombres actuamos por instinto, es nuestra naturaleza. Imbéciles, ¿no se dan cuenta de que somos cultura? Que la excusa de las naturaleza no sirve en los humanos. Estamos cargados de sentimientos que nos modifican el estado de ánimo.
Por ningún otro sentí nada especial, todo eran tonterías, unos momentos de diversión y entretenimiento con alguien del sexo opuesto. Huía del amor a toda costa e hice daño a más de uno que sí sintió realmente algo por mí. Soñaba con una vida hippie repleta de sexo, alcohol, música buena y un sueño de cambiar el mundo. Morir joven y borrar de la mente los conceptos celos y envidia, que son dos cánceres dentro del cerebro de cualquier ser humano. O unos amigos bohemios y amantes de la filosofía, que organizaran fiestas eróticas en un loft en el centro de la ciudad, bajo una tenue luz y música de Garbage y Marlango. Ambigüedad y sexo fundidos en orgías en las que todo valía, donde la bisexualidad se convertía en un arte y la muerte en algo bello y poético. Pero yo no conseguía aquello.
Mi mentalidad sádica y morbosa se vio sola en un mundo superficial, en donde se juzgaba a la gente por su modo de vestir y la música que escuchaba, en lugar de por su forma de pensar. Góticos aquellos que visten de negro y escuchan Cradle of filth; hippies aquellos que, hartos de marihuana, se gastan una fortuna en tiendas cuya ropa imita lo humilde, escuchan música experimental y exaltan el arte sin apenas comprenderlo. Sólo interpretan un papel que les permita ser algo en una sociedad superficial tan triste como la belleza exterior de una catedral renacentista que alberga en su interior un manantial de mentiras que engañan a millones de personas ignorantes y vacías que necesitan creer en algo divino para dar sentido a sus vidas.
Los hombres son tan fáciles... Incluso Ulises casi cayó en la trampa de las sirenas...
Absorta en mis pensamientos me quedo de vez en cuando mirando al infinito, intentando encontrar una aplicación coherente a mi comportamiento. Tal vez sólo se trate de cobardía, que yo no me atrevo a amar y me da miedo que me quieran. El sexo es más fácil y no da tantas complicaciones. Te hace olvidar el dolor y los problemas.
Temo al amor porque lo veo como una amenaza hacia mi libertad.
- Has hablado de la ambigüedad y has calificado la bisexualidad como un movimiento artístico.- Me dijo la chica de mirada misteriosa.- ¿Es una admiración o es que tú eres bisexual?
- No voy a negar que haya tenido alguna experiencia bisexual y que las relaciones lésbicas me parezcan realmente excitantes, pero yo no podría enamorarme de una mujer. No soy bisexual.
- Pero tampoco te ves capaz de enamorarte de un hombre. Entonces... ¿Tampoco eres heterosexual?
- Soy sexual, punto.
- ¿Una ninfómana?
Me empecé a reír. ¿Ninfómana? Me habían llamado de todo, pero ninfómana... Qué ataque de risa.
Tuve que callarme repentinamente al descubrir que todos me miraban severamente.
- No creo que sea una adicta al sexo porque sé controlarme. Yo no me paso el día pensando en ello. ¡No soy una adicta al sexo...! Pero me gusta experimentar nuevas emociones. Tengo diecisiete años y un montón de ganas de probarlo todo y de contar cosas. Escribir es mi vida pero no todo sale solo y debo buscar cosas que me inspiren, para escribir sobre lo que sé, no sobre mí, pero sí tener un referente personal para que mis historias puedan ser más profundas; más humanas.
- ¿Qué piensan tus amigos de esto?
- Con ellos no he tratado el tema del sexo como lo he hecho aquí y, por lo tanto, no saben realmente lo que siento, ni la clase de vida bohemia que me gustaría vivir. No creo que lo entendieran, lo verían como veo yo al amor, como una utopía. Ellas no son la clase de amigas que yo desearía haber tenido. Son sólo tres, y muy diferentes a mí y entre ellas. Supongo que ellas me verán como a la amiga ligona que cada fin de semana se enrolla con un chaval. Y supongo que, en cierta medida, me admirarán porque yo nunca me pillo por un chaval y sé diferenciar lo que es un simple rollo, de una relación. Ellas, aunque intentan tener esa mentalidad que me caracteriza, no pueden evitar pillarse por un tío y esperar que aquello que vivieron con él se convirtiera en algo más serio. Por eso tal vez me envidien, porque mi comportamiento me evita disgustos y frustraciones debidos a aquello llamado amor. Aunque yo tampoco pude escapar del amor, o lo que fuese, y no puedo negar que sufriera a causa de aquella humillación sentimental... Pero mi orgullo y la imagen de liberal que tienen mis amigos de mí, me impedía revelarles mi tristeza. Además, dentro de lo que cabe, tampoco me hizo tanto daño, ya que a la semana siguiente de aquello me lié con uno de sus amigos y borré al otro del mapa. O soy muy fuerte o confundí sentimientos, y resulta que él fue sólo uno más; que por él tampoco sentía nada...
¿Saben? Una vez un chico me aconsejó que la mejor manera de salir de los problemas era contándolo todo. Pero no de manera superficial como es costumbre hacer, sino sacando, exteriorizando todo lo que tenemos dentro. Siendo totalmente profundos... Expresar todo aquello que guardamos en el subconsciente. Yo, tonta de mí, creí que sería sencillo, pero hoy, mientras cuento todo esto, me doy cuenta de que no puedo. Intento pensar, dejarme llevar y sacar todos esos monstruos de mi mente, pero me doy cuenta de que esos sólo se exteriorizan en mis sueños y en mis dibujos surrealistas. Esos que si los analizas demasiado asustan. Suicidio, sexo, dolor, ojos que te acechan... Un mundo interno en lo más profundo de mi mente que no quiere salir, a sabiendas de que exteriorizándose me ayudarían a ordenar mis pensamientos. Si supiera de dónde vienen realmente mis miedos, mi manera de comportarme en el ámbito sentimental... Todas esas respuestas se encuentran ahí, pero ellos no me ayudan, porque no quieren salir... ¡No quieren ayudarme! ¡No quieren salvar al ser que les da cobijo! Y pensar que yo soy una gran defensora de los okupas... Desagradecidos pensamientos.
Volviendo al tema de antes, el de la bisexualidad, una vez tuve un sueño muy extraño, aunque esta característica no es muy anormal en los sueños. El sueño en cuestión estaba protagonizado por tres personas: un gay, un indigente y una pija sin sentimientos. Los tres eran jóvenes y atractivos y convivían de forma casual en un antiguo caserón, oscuro y siniestro. El gay era amigo de los dos, sensible y comprensivo. Ella tenía más afinidad con el gay y mostraba indiferencia hacia el pobre, aunque en el fondo parecía sentirse atraída por él. El pobre era muy reservado, quizá demasiado, y no se sabía nada de él ni de su personalidad. El sueño trataba de los viajes astrales. De este modo, mientras el indigente dormía, su cuerpo astral, invisible, se encontraba con el gay y la pija, que hablaban de él en la habitación contigua a la que se encontraba él durmiendo. En ese momento yo era el pobre, bueno, su cuerpo astral. El sueño era continuamente así, y yo era siempre el cuerpo astral de quien estaba durmiendo. Vamos... que yo era los tres personajes. El sueño terminaba con una relación sexual protagonizada por los tres, en la que quien más disfrutaba era ella, en la que ella era yo.-
La chica iba escribiendo en la pizarra: música, barro, infidelidad, suicidio, tres, castillo, orgasmo.
- ¿Cuándo tuviste este sueño?- Me preguntó mientras dibujaba la última “o” de “orgasmo”.
- Anoche, fue anoche.
- ¿Recuerdas qué soñaste la noche que, estando enamorada de aquel chico, te liaste con otro?
Me quedé pensando, intentando recordar y, al fin, logré acordarme del que soñé la noche que me lié con el tercero.
- Con el tercero. Aquella noche tuve un sueño muy diferente al que he contado antes. En este yo era yo, y estaba con bastante gente, conocidos y desconocidos, en la rivera de un río no muy ancho. Yo no sé qué hice que me fui hacia atrás, me resbalé con el barro y caí al río, que me cubría por completo. No conseguía salir a la superficie y una culebra pequeña pero muy fea, de aspecto repulsivo, verde oscura y con dientes, me mordía en la pierna. Al percatarme de ello, intentaba matarla inútilmente, consiguiendo sólo que me mordiese en la mano. Al final, alguien lograba sacarme de allí. Fin.-
La mujer seguía escribiendo palabras: protagonismo, río, barro, serpiente, verde, dientes, pierna, mano.
El resto de los allí presentes, como los anteriores días, escribían sin cesar en sus papeles, y la chica de mirada siniestra volvió a sentarse en el suelo, como hizo al principio de la sesión. Miró al suelo y movió la cabeza de un lado a otro, como si no tuviera solución. A continuación, se levantó y fue hacia la mesa, donde cambió su posición con un hombre joven que se dirigió a la pizarra. Borró todo aquello que escribió la chica y, en su lugar, escribió: “Odio”.
- Nístrim, dime, ¿Qué odias?
- El sentimiento de angustia que da pensar en la eternidad. Eso sobre todo; aunque también me odio a mí misma cuando las canciones de Laura Pausini quieren hacerme llorar. Odio a todos aquellos que se empeñan en conformarse. A los líderes y a todos aquellos que quieren hacerme creer que son superiores a mí. Odio a todos aquellos pequeños pueblos con complejo de sectas, en los que reina la hipocresía frente a la personalidad, donde hay que ser mala persona, un falso, para que no te coman. En definitiva, odio a todo aquello que me intente restar libertad. Es que el odio es algo bastante subjetivo... la ignorancia, la injusticia, la represión..., a aquellos sumisos que se dejan manejar, a los hijos de puta que maltratan. Odio el machismo con todas mis fuerzas y a todo aquello que lo apoye, como los fascistas. Pero es que vuelvo a lo de antes...
- ¿A ti te odian?
- No sé si realmente me odian... Más bien me ven como una amenaza. Por ejemplo, el padre de una amiga mía... por alguna extraña razón no soporta que su hija y yo seamos amigas. No sé si es porque cree que soy una mala influencia o qué- Me reí levemente y proseguí.- Puede que me envidien en cierta medida, que les dé rabia mi forma de actuar, de pensar y de sentir. Pero no creo que haya alguien que verdaderamente me odie. Creo.
- Muy bien, Nístrim, ha sido demasiado por hoy. Te esperamos mañana.
Pero yo no me quería marchar, me sentía demasiado bien allí, sacando de mí tanto sentimiento. Nunca antes había hablado así con alguien y, ahora que lo había hecho, me gustaba. Menos mal que al día siguiente volvería a repetir la experiencia que, en un principio, llegó a aterrorizarme.
Así que salí del ascensor seis y, en recepción, entre detergentes y comida envasada al vacío, se encontraba Vera, sonriente como cada mañana.
- ¿Qué tal te ha ido hoy? ¿Has estado a gusto?
- Sí, Vera, mejor que nunca. Me siento como si me hubiera quitado un gran peso de mi interior.
- Me alegro. ¡Hasta mañana!

Capítulo 7: Excusas

Excusas


Volví a casa y, como el día anterior, tampoco me apetecía estar allí, así que llamé a mis amigas para quedar con ellas e ir a comer a un chino.
- ¿Y qué os contáis? ¿Alguna novedad?- Les pregunté mientras cogía los palillos con poca afición.
- Pues nada, igual que ayer.- Dijo Dafne.
- Y tú, desgraciada, ¿Dónde te metes por las mañanas? ¡Que quedamos en ir a las piscinas y tú estás desaparecida!- Me recriminó Carol con alegría.
- Ah. Nada... Es que voy a un psicólogo.- Aún, a día de hoy, me sigo preguntando por qué dije nada.
- ¿A un psicólogo? ¿Tú?- Me preguntó extrañada Carol.
- Sí, bueno... Es que necesitaba ordenar un poco la cabeza y esas cosas.
- ¿Y te va bien?- Me preguntó Lucía.
- Bueno, no sé... Es que sólo llevo dos días.
- ¿Cómo se llama? Igual es la hija de puta que me trató a mí.
- No, Carol, no, no... No es una hija puta, ni un hijo puta... Son varios especialistas.
- ¿Varios?- Me preguntó extrañada.- Pero eso te tiene que costar un montón.
- No, en realidad es gratis.
- Tía, ¿no estarás metida en alguna secta?- Me preguntó Dafne totalmente alarmada.
- Que no tía, que no. Es que tampoco son psicólogos... Más que con la psicología, el rollo que lleva esa gente tiene que ver con la filosofía. Todo aquello de Freud, lo del inconsciente... ¿me seguís?
Creo que cuando oyeron Freud se perdieron del todo. Ok, perfecto.
- ¿Vas a clases de filosofía?- Me preguntó Lucía.- Pero si has aprobado con notable.
- Es un grupo de licenciados en filosofía que ha propuesto un taller de literatura para jóvenes. Creí que me iba a venir bien para escribir mi próxima historia y me apunté.- No sé ni cómo llegué a inventarme tal paranoia... Menos mal que funcionó.
- ¡Ah! Coño, a ver empezado por ahí.- Me dijo Carol.
- ¿Y va algún tío que esté potente?- Me preguntó Dafne.
- Sí, pero no os hagáis ilusiones, chicas. Se llama Óliver y es gay.


A la mañana siguiente volví al bar de Óliver, algo que ya se había convertido en una costumbre para mí, aunque ya llevaba dos días sin desayunar.
- ¿Un café solo?- Me preguntó, nada más verme, desde la barra.
Le sonreí y me senté en la barra.
- Aquí tienes.- Me dijo depositando la taza ante mí.
- ¡Por fin!- Dije feliz mientras sorbía con gusto aquel sabroso café. – A ver qué cuentan hoy esta gente...
- Hoy, como ya es el tercer día que vas, tal vez te tengan allí más tiempo. Y recuerda lo que te dije ¿vale? Cuanto más te abras, cuanto más profunda seas, mucho mejor. Todo saldrá bien.
- Eso espero.

Capítulo 6: Temores

Temores



- Buenos días, Nístrim.- Me saludó un hombre de unos treinta años, situado cerca de la pizarra blanca, en la cual, entre un blanco impoluto, unas letras negras me decían: Temores.- ¿Dispuesta a echarlo todo fuera?
Asentí insegura con la cabeza y me senté en la misma silla del día anterior.
- ¿A qué temes, Nístrim?
- A desaparecer. Pero no a morir, sólo a dejar de ser yo. A vivir oculta en mis pensamientos sin mantener relación alguna con el exterior. Tengo miedo de mí y del daño que me puedo hacer si tomo la decisión equivocada. Temo al dolor, físico y moral que me pueda romper por dentro. Tengo miedo a la eternidad, a una vida finita y gris. No temo a la pobreza, si al ámbito económico se refiere. Temo a lo material, a la avaricia y la falta de personalidad. Temo...
- ¿Y las arañas?- Me interrumpió el hombre. Yo que
intentaba ser profunda, haciendo caso a lo que me dijo el rescatador de arañas suicidas, y resulta que aquel hombre sólo quería tratar mi aracnofobia.
- La verdad es que sí, es algo que temo.
- ¿Desde cuando?
- No lo sé, supongo que desde siempre.
- ¿Por qué o, por qué crees que les temes?
- Ojalá lo supiera... Pero el caso es que les tengo mucho pánico. Esas patas tan largas que les permiten caminar a velocidad extrema, y su capacidad de flexionarlas tanto, que les permiten introducirse por cualquier recóndito lugar. Pienso que pueden recorrer todo mi cuerpo sin apenas sentir su presencia, y meterse por mi boca, mi nariz, mis oídos, llenarme el interior de esa asquerosa tela...
- Con los fluidos corporales no creo que consiguiera sobrevivir ni al primer cuarto de minuto.
- Vaya, disculpe. Es que yo soy de artes, no de ciencias.- Dije con un tono borde típico de mí.
- No te disculpes, sólo es un sentimiento causado por un temor. Algo así como una pesadilla. Y en el subconsciente todo vale.
Di un pequeño salto en el sitio, como un impulso causado por un susto al escuchar la palabra subconsciente.
- Una vez- Continué.- leí una comparación entre la araña y la luna, y también decía que la sabiduría de la araña era superior a la de todo el mundo. Y eso me asusta, creer que un insecto tan repulsivo sea más inteligente que yo, que sepa de mis miedos y los utilice en mi contra. Pero también admiro la crueldad con la cual tratan a sus machos para lograr sus objetivos. Cuando ellas están en celo y desean procrear, se aprovechan del deseo sexual del macho, arrancándole la cabeza cuando se encuentra en el clímax del coito, logrando de este modo que el semen se derrame como un torrente de aguas turbulentas en el interior de la araña hembra. Admiro a las arañas porque son la excepción que rompe con aquello de que la naturaleza es machista. La araña es un cruel símbolo feminista; inteligente y ambiciosa.
Pero las temo, tal vez porque les tengo demasiado respeto. Soy incapaz de matarlas, pero no puedo verlas vivas. Me dejan paralizada, cohibida... Tal vez en otra vida fui mosca atrapada entre sus redes y aún sienta en mi inconsciente el dolor que me causó aquella araña al morder mis carnes atrapadas en esa pringosa tela de araña. Esa araña que disfrutaba de mi carne como Erzsébet Báthory disfrutaba de la sangre de las doncellas de su reino.-
De pronto me callé. ¿Qué estaba diciendo? Se me había ido la pinza del todo... Qué locura. Había dejado por completo de ser superficial.
- Erzsébet Báthory.- Dijo el hombre con casi un murmullo.- ¿De veras admiras a ese monstruo?
- No creo que sea admiración; más bien compasión. Su marido nunca estaba en casa y ella se aburría. Deseos sexuales reprimidos, una inteligencia, unos estudios que no le servían para nada porque ella era únicamente la condesa: Una mujer florero que vivía de su marido y era admirada y temida por su poder adquisitivo y su belleza. Rodeada de unos sirvientes confabulados con la magia negra, y una adolescencia marcada por las orgías a las que se unía con su tía lesbiana, se convirtió en una mujer adicta al sexo y a la belleza.
- Pero asesinó a cientos de doncellas...
- Estaba equivocada. Ella pensaba que al bañarse en la sangre de las chicas lograría la eterna juventud. Ignorante... buscaba la vida en la energía de aquellas jóvenes quitándosela, por lo tanto se iba inútilmente. Si, por el contrario, las hubiera mantenido vivas, sanas y llenas de energía, le habrían infundido su vitalidad y sus ganas de vivir. Erzsébet era una ignorante, no un monstruo, señor. Perdió la confianza en sí misma y se dejaba llevar por sus sirvientes y sus conjuros de pacotilla. Una pobre infeliz que se moría de aburrimiento.
- ¿Alguna vez has sentido tú ese aburrimiento?
- Tal vez. Cuando me gustaba el chico del que hablé ayer, me pasaba algunos días, o incluso semanas sin verle porque él vivía en otra localidad. Entonces hubo ocasiones en las que me lié con otros.
- ¿Cuántas?
- Tres.- Dije sin estar muy convencida de estar actuando correctamente.
- Cuéntame, Nístrim, ¿eran muy diferentes a él?
- Sí. Para ser más concretos, un gótico bisexual, un paleto machista y un punkarra adicto a la marihuana y al speed. No sentía nada por ellos. Todo era completamente superficial. Yo estaba enamorada del otro, pero... no sé, supongo que quería saber qué se sentía al enrollarse con tres personajes tan diferentes y sin sentir nada. Quería saberlo para que luego, en mis historias, pusiese más de mí y llegaran más a los lectores. Algo así como hacía la protagonista de la película Monte de Venus. ¿La habéis visto? Es buenísima.
- No estamos aquí para hablar de películas, Nístrim.- Me interrumpió el hombre.-Ahora dime, si tú estando con él, o por lo menos manteniendo aquella relación de, como tú misma denominaste, encuentros esporádicos en noches de alcohol y sexo, estuviste con otras personas, ¿por qué te dolió tanto que él se liara con Sonia?
- Porque yo con los demás no tenía más que sexo, nada de amor ni derivados. Pero aquel día, cuando les vi juntos, vi sentimiento.
- Bien, se acabó por hoy.- Dijo el hombre.
- Pero, un momento, no me habéis dado el resultado de lo de ayer... - Dije con un hilo de voz, asustada.
La mujer de la Humillación Sentimental se levantó y dijo:
- Es que con lo que has dicho hoy... Vamos, que has desmoralizado todo. Sólo hemos sacado en clave que eres una feminista empedernida con un odio irrefrenable a los hombres. Y, respecto a lo que dijiste de que te veías incapaz de amar... No sé, pero lo que sí está claro es que con esa actitud tan feminista te será imposible ser querida por cualquier hombre. Nos vemos mañana.
Me fui hecha una furia de allí, indignada porque pretendían despojarme de mis ideales feministas, ¡con todo lo que habían luchado las mujeres a lo largo de la historia! ¡Arriba el feminismo y arriba Concepción Arenal!
- Ey, chiquilla, ¿Qué te ocurre? ¿Ha ido mal la sesión?-
Me preguntó Vera, que era como un soplo de aire fresco en medio de tanta locura.
- Vera, que no te hundan jamás ¿vale? Lucha por tus derechos. Y recuerda, nosotras parimos, nosotras decidimos.
Vera se debió de quedar a cuadros, pero me daba igual.
Bajé a la calle y me metí en el bar del rescatador de arañas.
- Me tachan de feminista. ¡De feminista!- Le dije toda sulfurada al chaval.
- ¿Qué pasa? ¿Ha ido mal aquello? ¿No me hiciste caso?
- Que si te hice caso... Se me ha ido la pinza como nunca. He admitido sentir lástima por Erzsébet Báthory. Lo malo es que luego me han dicho que, si sigo siendo tan feminista, no voy a gustar a ningún tío.
El chaval se empezó a reír y me dijo que no me preocupara, que cuando meten caña es que va bien la cosa.
- ¡Uf! Eso espero, pero de momento ya estoy de huevos para todo el día.
- Un café solo ¿no?
- Sí, por favor. Por cierto, ¿cómo te llamas?
- Óliver. Y no digas nada, a mí tampoco me gusta.
- ¿Qué dices? Está bien. Ya estaba harta de tantos Juanes, Joses, Danis... - Él me sonrió y yo seguí hablándole mientras él iba hacia la máquina de café.- Por cierto, no me dijiste de qué iba el ascensor número tres.
Al oír esto, se le cayó la taza al suelo, derramando tras la barra todo el café.
- Lo siento- Le dije- Siempre acabo diciendo algo que no debo... ¿Te das cuenta de que llevo viniendo ya tres veces y aún no he podido tomarme un café?
- Ascensor tres: Temor Patológico.
- ¿Sabes qué decía Freud? Que el temor patológico es siempre deseos sexuales reprimidos.
El chico bajó la cabeza avergonzado.
- ¿Tú... ?- Me empecé a reír sin mala intención.- Perdona, perdón... ¿Deseos sexuales reprimidos?
- Sí, ¿Qué pasa? Cuando en casa no te apoyan y tus amigos no te entienden, no te queda más remedio que ocultar lo que sientes. Por su culpa me costó muchísimo aceptar mi orientación sexual.
- Ah, pero que eres gay... ¡Pues de puta madre!- Me empiné hacia la barra y le di un pico.- Nunca te ocultes por nadie ¿vale?
- Claro que no.

Capítulo 5: Dentro de mi subconsciente

Dentro de mi subconsciente



Al día siguiente todo fue muy surrealista (más aún, si cabe) Volví a aquella calle por la mañana y me metí en el mismo café, sí, en el de la araña suicida. Fue casi por instinto, como si lo necesitara.
El camarero me reconoció al entrar y se acercó a mí tras la barra, con una sonrisa.
- Hola, veo que la araña no te ha impedido volver. ¿O quieres volver a verla?
Me quedé en stand by, mirándole con cara de interrogación, repetidas veces, a él y a su mano, para asegurarme de que la puñetera araña no se encontraba allí.
- Tranquila, que no la tengo.- Dijo levantando las manos.- Un café solo ¿no?
- Sí, perdona... es que últimamente ando un poco descentrada.
- I walk this empty street on the boulevard of broken dreams...- Tarareó esa canción mientras me sonreía.- ¿Estuviste allí, no?
Me quedé, una vez más, totalmente desconcertada, ¿es que se habían vuelto todos locos?
- No... - Aún, a día de hoy, no sé muy bien porqué se lo negué.
- Claro que sí. Todos los que llegáis aquí completamente perdidos, acabáis allí.
- Yo no me perdí, sólo buscaba un poco de inspiración para escribir mi historia.
- ¿Y qué tal te está quedando?
- Aún no la he empezado.
- ¿Cómo que no? ¡Por supuesto que sí! Ayer estuviste en el Boulevard.
- Tú también has estado allí, ¿verdad?- Le pregunté con un aire de confianza que me asustó.
- Sí, pero hace mucho tiempo. Al ascensor tres.- Dijo desde la máquina de café.
- ¿En qué se diferencian los ascensores? Yo voy al seis.
Al decir esto, al chico se le cayó la taza al suelo. Pasó de recogerla y se acercó a mí.
- ¿Seis? No sabía que... Mira, bajo ninguna circunstancia, no... Ten cuidado. – En sus ojos se podía ver temor y desesperación; como si no dijera lo que quería y expresara lo que no debía. Ahora era él el que estaba desconcertado.
- ¿Pero qué pasa? Tú también estuviste en el Boulevard y no pasó nada ¿no? Vamos, que estás vivo.
- Mira, en el ascensor seis se encuentran tus monstruos, tus miedos... Todo lo que se encuentra oculto en lo más oscuro de tu mente. Pasa de contarles cosas superficiales o estás perdida. Sólo debes contar lo subjetivo, lo que nunca antes te atreviste a decir por palabras, ¿entiendes? Y nunca, bajo ninguna circunstancia, te encariñes con ellos. Nunca les hagas saber que te gusta su compañía. Porque si lo haces, estarás condenada a vivir dentro de ti. Serías condenada al ensimismamiento.
Salí de aquel bar aterrada, y más aún lo estuve al entrar al portal del Boulevard. Pero debía ser fuerte y seguir, porque mi vida y mi historia dependían de aquello.
Llegué arriba, saludé a Vera y me metí en el ascensor número seis, donde los monstruos de mi subconsciente, aquellos de los cuales me habló Freud en algún momento fugaz de mi vida, intentaban exteriorizarse.

domingo, noviembre 26, 2006

Capítulo 4: Conversaciones imposibles

Conversaciones imposibles


Llegué a casa. Era aún muy pronto. No me apetecía hacer nada y, a la vez, quería hacerlo todo.
Decidí llamar a mis amigas y quedar con ellas para comer en un vegetariano.
- ¿Y qué contáis?- Les pregunté mientras movía de un lado a otro los guisantes que esperaban con resignación ser comidos por una paranoica como yo. – Y, por favor, nada relacionado con los sentimientos amorosos, tipo culebrón venezolano.
Al decir esto, las tres cerraron la boca y expulsaron aire en forma de suspiro.
- He dejado cuatro para septiembre.- Dijo Carol para romper el hielo.
- ¡Joder, Carol! Que estás repitiendo cuarto... - Lucía, experta en animar a la peña.
- Pero las voy a recuperar, que yo al año que viene quiero hacer bachiller.
- Pues si te cuesta tanto sacarte cuarto, no te digo nada bachiller. Fíjate yo, que he dejado cinco y voy al de humanidades, que dicen que después del de artes es el más fácil.- Dafne. Sí, eso dice ella del de artes, pero a ver qué pelo habría corrido ella allí.
- Sí, pues el de artes no te creas- Dijo Lucía- Fíjate yo, que he dejado seis...
- Bueno, y Nístrim ha dejado sólo una.- Le dijo Carol.
- Lo que no entiendo, Nístrim, es porqué te cogiste el bachiller de artes en lugar del de humanidades, con lo que te gusta escribir.- Objetó Dafne.
- Porque yo veo la literatura como un arte, no como una ciencia. Además, vas a comparar el ambiente de la Escuela de Arte con el de un instituto... ¿Verdad, Lucía?- Siempre debía acabar así, porque si terminaba de hablar al decir la primera frase, quizá creyeran que me las estaba dando de intelectual o algo por el estilo. Y no es plan.
- ¡Vas a comparar un cuadro con un libro!- Me dijo Lucía.
- Es cierto.- Añadió Carol.- Leerse un libro es un peñazo, en cambio la música, el cine, el dibujo... producen placer.
- Claro que sí.- Le dije.- Claro que no se experimenta lo mismo al leer un libro que al ver un cuadro, pero ambos te transmiten algo, un mensaje. El cuadro, a no ser que sea abstracto o surrealista y requiera un juicio estético más profundo, te lo está diciendo en el momento que lo observas. Que te quede muy claro que las pinturas no sólo pretenden causar belleza visual. En cambio, un libro... es como dijo Belén Gopegui: leer un libro no es bello, pero todo lo que leas, todo lo que te ha transmitido sin que tú apenas te hayas dado cuenta, hace mella en tu vida. Escribir es un arte, chicas.
- ¿Quién es Belén Gopegui?- Me preguntó Dafne.
Yo suspiré resignada y seguí pinchando guisantes. Dado que no se podía entablar una conversación medianamente interesante con ellas, desistí y dejé que me contaran sus líos amorosos al estilo de cualquier telenovela sudamericana de la primera cadena a la hora de la siesta.

Capítulo 3: Humillación Sentimental

Humillación sentimental




- Vale, empiezo yo: Humillación sentimental.- No entendía muy bien a qué se refería con aquello, sin embargo, dejé, sin rechistar, que comenzara a preguntar.- ¿Crees en el amor?
- No. Creo que es una utopía del marketing. Una excusa para perdonar el sexo, la lujuria y la perversión, que aún, a día de hoy, son tabúes en la sociedad.
- Pero tú te has enamorado.
- Depende de a qué llames tú enamorarse. Si enamorarse es sentir por alguien algo diferente a lo que sientes por cualquier otro, pensar en él sin venir a cuento, idealizarlo y querer estar con él en cada momento, sentir cosquillas en el interior cuando te está mirando, comportarte de manera diferente cuando estás con él, tener celos de cualquiera y sentirte humillada, sucia y débil cuando no te corresponde... Si enamorarse es eso, entonces supongo que yo si lo he estado.
En ese momento, uno de los presentes me acercó una silla y me invitó a sentarme. Parecía que aquello iba a ir para largo...
- Últimamente, ¿has vivido alguna experiencia relacionada con el amor?
- Más que una experiencia, una pesadilla.- Dije indiferente mientras miraba mis uñas y las espantosas briznas, producto de unos nervios inexplicables.- Yo me enamoré, como sólo los tontos saben hacerlo. Y me engañaron, como sólo a los enamorados saben hacerlo. Fue tan humillante... Yo sentía por él todo lo que dije antes, y creí que él por mí también sentía algo parecido. A causa de mis ideales liberales, cuyo lema es nunca te pilles por un chaval, y por lo tanto, no al compromiso, etc. decidimos que lo nuestro sólo fuese deseo. Encuentros esporádicos en las noches de sexo y alcohol. Para mí aquella decisión no era problema alguno, ya que era el tipo de relación que cualquier liberal como yo deseaba mantener. Sin embargo él no supo jugar, él no pudo evitar decir que me quería, que sentía algo especial por mí. A partir de ahí todo fue más difícil. Cuando me veía me saludaba con una sonrisa de complicidad, me pedía perdón por no hablar conmigo con más frecuencia y decía admirar mi forma de ser, de pensar, de escribir, de dibujar... Me hizo creer que me quería. Entonces me cambió, o eso creí yo, y empecé a traicionar mis ideales porque creí haberme enamorado de él. Empecé a tener esperanzas. A sufrir.
Pero un día, en clase de dibujo artístico, todo cambió. Y mi nuevo mundo se desmoronó enseñándome un nuevo camino que me llevaría de vuelta a mi forma de vida liberal. Aquel día todo estaba muy apretado, las mesas demasiado juntas, la gente demasiado próxima... Agobio y calor. El agobio se adueñó de la situación y mi cabeza comenzó a dar vueltas en mi interior, como si mi cerebro quisiera ordenar mis ideas. Mis compañeras de clase con las que más confianza tenía, se acercaron a Sonia, que parecía estar contando algo muy interesante. Yo pasé de aquello y me quedé en un lugar cualquiera, dibujando paranoias que representaban todo lo que sentía, lo que no me atrevía a expresar por palabras...
- ¿A qué te refieres? ¿Qué deseabas expresar con tus dibujos?- Me interrumpió uno de los hombres.
- Supongo que los monstruos del subconsciente de los que alguna vez me había hablado Freud. Casi todos mis dibujos se basaban en cosas extremadamente surrealistas cuyo significado sólo conocía yo. O, al menos, eso espero. No me haría mucha gracia que los demás supieran qué alberga mi subconsciente.
- Mientes.- Me interrumpió otro de los allí presentes.- Si realmente quisieras eso, no lo dibujarías. Tus dibujos funcionan como un medio de expresión, de comunicación; y tú lo sabes. Apuesto a que te sientes muy diferente al resto de la gente que te rodea y tienes miedo de hablar de tus pensamientos más íntimos, y no tan íntimos, porque no lo entenderían. Dibujas eso para que sólo alguien como tú pueda entenderlo, para que sólo te puedan conocer los que se lo merecen. No puedes dar tu confianza a cualquiera porque con su ignorancia, a la larga, te harían mucho daño.
En un principio creíste que ese chico del que hablas era esa persona, ese quien sabía qué significado albergaban tus dibujos surrealistas y, por lo tanto, el único que te conocía realmente. Pero no fue así... Él resultó ser igual que los demás y por eso consiguió herirte, porque le diste todo y él te traicionó.
- Todo no. Yo nunca lo doy todo.
- ¡Shh... !- Interrumpió la mujer del principio, la de la humillación sentimental.- Creí haber dejado bien claro, al principio de la sesión, que iríamos por partes. Ya hablarás cuando sea necesaria tu intervención, Hugo; ahora me toca a mí. Sigue con tu historia, Nístrim.
Cogí aire y me dispuse a proseguir con la historia tan surrealista y amarga que me tocó vivir hacía unos meses.
- Estaba yo en mi mundo, con mis dibujos, cuando escuché sin querer lo que estaba contando Sonia. Un montón de chorradas sin sentido, típicas de una pija que sólo quiere vender su intimidad para obtener popularidad. Qué triste es la existencia humana... Sí, sí, me lié con él, dijo Sonia excesivamente eufórica. El resto de las chicas aplaudían lo que había hecho porque, al parecer, el chico con el que había estado era un buen partido. Ella siguió diciendo y qué bien me lo pasé, yo que estaba desesperada porque llevaba cinco días sin llegar al orgasmo... ¿Cinco días sin llegar al orgasmo? Al escuchar esto me reí... No podía entender cómo contaba tal cosa ¡y a tanto volumen! ¡Que todos los allí presentes se estaban enterando! Aunque, como ya he dicho antes, eso es lo que siempre pretende conseguir esa chica: llamar la atención. Pero nadie hizo un comentario al respecto. Seguro que si lo hubiera dicho cualquier otra, la habrían tachado de frígida o hubieran hecho algún chiste ácido. Sin embargo, nada de eso ocurrió. Al contrario, una de mis compañeras más allegadas le preguntó que si se la había chupado. Por favor, ¡eso cada vez se parecía más a un programa cutre de falso periodismo de color rosa y prostitución verbal, que a una clase de dibujo! Ella contestó orgullosa que sí. Yo, mientras tanto, seguía a lo mío, sumida en mis pensamientos más ocultos y en mis dibujos más surrealistas. Poco después llegó él, el que fuera mi chico. Aquel día le vi peor que nunca. Al contrario que el resto de las veces, le vi desmejorado, feo, ordinario... Y su sonrisa, la que me desconcertaba cada mañana, aquel día era diferente, más... ¿alegre? Y sus ojos ya no me otorgaron aquella mirada de complicidad... Entonces, aterrada, me di cuenta de la tristeza de la situación: no me miraba a mí, miraba a Sonia. Él se acercó a ella y la besó ante la emotiva mirada del resto de mis compañeros. Ante aquella humillación intenté levantarme del taburete, pero no podía; estaba atrapada entre él, mi mesa y la mesa de detrás. Estaba sudando y determinadas lágrimas bajaron por mis mejillas desde mis ojos. Cada gota, tanto de sudor como lágrimas, parecían salir de mi interior como sentimientos que deseaban escapar por cada poro de mi piel. Mis lágrimas como advertencia de que debía expulsar de mi interior todo aquello que me estaba secando y esterilizando. Todo aquello que no me dejaba ser yo. Qué triste situación, atrapada de ese modo tan patético y desengañada de forma tan humillante... Cuando al fin logré levantarme, se me hizo eterno pasar entre aquellas filas de mesas tan apretadas... Todo aquel día estaba tan apretado, tan próximo... ¡Qué agobio! Fui apartando con fuerza las mesas, superponiendo unas contra otras, tirándolas... Y caminé por la clase gritando como una loca y tirando todo lo que encontraba a mi paso: pinturas, aerógrafos, dibujos, caballetes... Estaba exteriorizando de alguna manera el caos que albergaba en mi interior y, sin embargo, no parecía importarle a nadie. Todos estaban pendientes de ellos dos y ni siquiera se habían percatado del destrozo que yo estaba llevando a cabo. Y ante tal ignorancia me volví a mi mesa, a terminar el dibujo tan surrealista con el cual intentaba expresar tal oculto sentimiento, mientras, tonta de mí, no dejaba de preguntarme ¿se habría quedado conmigo si, en su momento, yo se la hubiera chupado? Y, sin más dilación, creo que este es un buen ejemplo de Humillación Sentimental.-
Observé la situación. Todos escribían absortos en sus papeles, excepto la mujer que me entrevistaba, que escribía palabras sueltas en la pizarra. Llorar, gritar, mesa, ofensa... Aquello era tan extraño... Me estaba abriendo a unos completos desconocidos, extraños y desconocidos. Y mi sentimiento de terror se transformó en tranquilidad y confianza. Comenzaba a sentir una confianza ciega en aquel grupo de personas que, curiosamente, parecían ser la clase de especialistas psicológicos que buscaba.
- ¿Qué es, exactamente, lo que sentiste cuando descubriste que Sonia y él estaban liados?
- No lo sé exactamente... Supongo que en el fondo tenía miedo ya que, de una u otra forma, había defraudado a mi yo liberal que tanto adoraba. Por una parte quizá me sentía tan mal porque realmente se trataran de celos. Esos a los que tanto temo porque, en esta vida, como en el amor, los celos son los causantes de tanto dolor. Me juré a mí misma no ser celosa para no sufrir ni hacer sufrir a quien quisiera, (en el hipotético caso de que alguna vez llegara a querer)
- Te contradices mucho. En un principio niegas la existencia del amor, luego dices haberte enamorado, y ahora dices ser incapaz de querer a alguien.- Me dijo la mujer mientras observaba confusa toda aquella cantidad de palabras que escribía sin cesar en la pizarra.
La verdad es que tenía razón. Yo estaba muy confundida, siempre lo había estado. Tal vez lo que realmente sentía era que el amor, del que siempre hablaban en las novelas y en las películas, no existía. O, al menos, el amor correspondido. Es imposible que dos personas sintiesen lo mismo recíprocamente. Uno de los dos pondría más y el otro sólo querría más. ¡Era de cajón! Siempre era así. Y el amor de antaño, ese que, decían, soportaba el paso de los años, era una utopía como la que más. Cuando veo en la calle a alguna pareja de ancianos me pregunto si realmente existe el amor. ¿Cómo pueden seguir juntos después de tanto tiempo? ¿Cómo... ? Tal vez sólo sea el temor a vivir solos el resto de su vida lo que les obliga, en cierto modo, a permanecer juntos. Porque no puede ser real, de ninguna manera. No puede existir el amor.
Me quedé callada, sumida en mis pensamientos, que ya no podrían ser sólo propiedad de mi mente porque todo quedaba reflejado en aquel monitor. Y ellos, los que estaban allí sentados como estudiantes de periodismo, copiaban sin parar en sus papeles intentando solucionar mi problema que, al fin y al cabo, no era más importarte que el de cualquier otro. Me sentía incómoda hablando tanto del amor, deseaba con todas mis fuerzas que esa mujer se sentara con los demás y dejara el turno a cualquier otro. ¿Cuándo se darán cuenta de que el amor no es un problema? Que el problema sólo aparece cuando se ve amor en donde no lo hay. Sin más.
La mujer se sentó con los demás.
- ¿No va a ayudarme con este tema?- Le pregunté extrañada.
- Tendrás tu respuesta mañana, cuando lo hayamos analizado a fondo. Puedes irte.
Me quedé quieta, sin reaccionar. No sé muy bien porqué pero allí me sentía realmente a gusto.
Me levanté, fui hacia el ascensor, me volví hacia ellos, bajé la cabeza y entré en el ascensor seis con una sensación completamente diferente a la que sentí la primera vez que me metí en él.
Una vez se abrieron las puertas hacia el supermercado, la mujer de la recepción me preguntó que qué tal me había ido la sesión.
- Bien... - Le dije confusa, ya que mi ser había estado a gusto contando sus sentimientos, pero no había conseguido una reflexión sobre ellos.- He estado cómoda. Tengo que volver mañana.
- Eso está bien.- Me dijo la chica.- Que hayas estado a gusto, digo. La verdad es que te admiro, chiquilla, salir con esa calma moral del ascensor seis... Te han tocado los más profundos. Por cierto, mi nombre es Vera.
- Encantada. Yo soy...
- Nístrim, lo sé.- Vera me sonrió y se sentó tras el mostrador.
Yo me metí en el ascensor cero, camino a la realidad.

sábado, noviembre 25, 2006

Capítulo 2: El Boulevard de los sueños rotos

El boulevard de los sueños rotos



Caminando por la calle oscura y contaminada de la ciudad, llegué a parar a un local bastante agradable cuyas paredes, pintadas con un suave pero estremecedor color azul, me inspiraban una tranquilidad inquieta que me invitó a sentarme allí y tomarme un café solo, muy cargado y solo. Solo como yo, y cargado, cargado de tensiones que no le llevaban a ninguna parte excepto a la locura de pensar que seguiría el resto de su vida solo, inmerso en sus propios pensamientos y esperando pacientemente el día de su muerte porque él era demasiado cobarde como para atreverse a suicidarse.
Volví de mis pensamientos acerca del drama del café solo, cuando me percaté de la presencia de una araña marrón y repulsiva que agonizaba mientras nadaba entre al abrasador aroma del café. Me quedé mirándola hasta que acabó ahogada en la soledad de un café solo. Sólo cuando están muertas desaparece mi aracnofobia, así que la saqué con cuidado del vaso y la deposité sobre una servilleta de papel. Pero cuál fue mi sorpresa cuando la araña, como el Ave Fénix, resurgió de sus cenizas, se levantó, estiró sus extravagantes patas y se encaminó hacia el vaso.
Me asustó tanto que me levanté de un brinco de la silla.
El camarero, al ver la escenita, se acercó a mí y me preguntó que si había algún problema. Yo le respondí con un “hay una araña en mi café”. El chico se asomó hacia el vaso y la vio, la cogió con cuidado y la depositó en la palma de su mano. La araña estaba viva pero no se movía, pero estaba viva y yo no soportaba más esa imagen.
Me dispuse a abandonar el local cuando el chico me detuvo:
- ¡Espera! No deberías asustarte por una araña... Hay cosas peores en este mundo que esta pobre criaturita.
Fue al decir eso cuando volví a mirar la mano del muchacho, que seguía sosteniendo la dichosa araña suicida.
- ¡Ay, por favor! ¡Quita eso de mi vista!
- Pero ¿por qué? No ha hecho mal a nadie... La pobre está asustada del mundo que la rodea: no hay ninguna otra arañita por aquí, y sólo desea terminar con todo. Está sola y todos la odian, todos quieren matarla. ¿Qué mal ha hecho esta pobre araña?
- Contaminarme el café.- Sólo se me ocurrió decir esta
frase, aunque en realidad la absurda hipótesis de la araña suicida que acababa de narrar el chaval, me había hecho sentir identificada con el desagradable animal que protagonizaba mis pesadillas desde que era una niña.
Salí de aquel decepcionante bar y un gato negro me dio la bienvenida a la calle. Pasé de él y crucé la carretera atraída por un portal en donde había una placa que decía “El Boulevard de los Sueños Rotos”. Menudo nombre para un negocio. Creí que esa frase sólo aparecía en determinadas canciones...
Para cuando quise darme cuenta, ya estaba entrando mientras tarareaba “boulevard of broken dreams” de Green Day.
A juzgar por el portal, el edificio parecía ser muy antiguo. Era frío y oscuro y no había escaleras, sólo un antiguo ascensor no apto para claustrofóbicos.
Movida por la curiosidad, subí al ascensor y le di al único botón que albergaba en su interior. Un botó rojo y redondo al que había que pulsar varias veces para que se pusiera en marcha.
Las puertas del ascensor se abrieron a un local muy amplio y blanco, con una luz en exceso que cegaba la vista. Su apariencia era similar a la de un hipermercado, con pasillos formados por estanterías de productos en venta para el consumo doméstico. Miré hacia la derecha y vi a una mujer en un mostrador grande de madera, demasiado rústico, que no concordaba con la estética del supermercado.
- A ver ¿A ti qué es lo que te ocurre?- Me preguntó la mujer.
Me acerqué al mostrador. Ella estaba tras él, rodeada de papeles que intentaba poner en orden.
- ¿Cuál es su problema?- Insistió la mujer.
- Ninguno.- Le respondí.- Yo... Vine a hacer la compra.
La mujer se rió estrepitosamente y añadió:
- Has venido al lugar equivocado.
- Pero... - Dije mientras echaba un vistazo al supermercado.
- ¿De veras quieres añadir esta sarta de estupideces a tu libro?
- ¿Qué?
La mujer se volvió a reír y me dijo: - Ascensor seis.
- ¿Qué?
Tras este segundo qué, la mujer me señaló la pared en la cual estaba el ascensor por el que había salido. A su lado había una hilera de ascensores numerados. Hice caso a la mujer y me dispuse a buscar el ascensor seis. Pulsé el botón y al segundo se abrió, dejando ver un estrecho y chiquitín ascensor que más se asemejaba a un ataúd. En su interior no había botones y, sin embargo, las compuertas se cerraron. Me apoyé resignada en la pared, pero fue hacer esto y caerme de espaldas, ya que tras de mí no había una pared, sino unas compuertas que se abrieron al contacto con mi cuerpo.
- Levántese.- Dijo una voz masculina tras de mí. Miré al suelo y vi que todo él estaba cubierto por una moqueta granate muy suave al tacto. Me levanté y eché un vistazo, sorprendida, a mi alrededor: Tras una mesa curva de madera estaba sentado un grupo de diez personas de diversas edades, vestidos de traje negro. Frente a ellos, en la pared, una pizarra blanca.
Una mujer se levantó del asiento y, separándose del grupo, se encaminó hacia la pizarra.
- Veamos... Tu problema parece bastante simple ¿no?
- Perdone.- Le dije a la mujer.- Yo... Veamos, yo no sé de qué va todo esto. El caso es que he entrado a un supermercado y aquí la peña no deja de preguntarme que si tengo algún problema o algo... Es que no lo entiendo, de verdad, ¿de qué va todo esto?
La mujer cogió un rotulador y me dijo señalándome con él:
- De veras creí que eras más inteligente... No me esperaba esta ignorancia de ti.
Yo me quedé callada mientras la mujer escribía: Humillación sentimental.
- ¿Humillación sentimental?- Le pregunté sorprendida.
- ¡Calla! Aquí las preguntas te las hacemos nosotros. Cada uno del equipo está especializado en un tema diferente. Te haremos preguntas y tú no tienes más quehacer que contestar con sinceridad. Esperemos que salgas de aquí totalmente recuperada.
- ¿Recup... ?- No terminé la pregunta por respeto a lo que acababa de decir la mujer.
- ¿Nombre?
- Nístrim.
- ¿Nístrim...?- Lo dijo extrañada, mientras lo escribía en la pizarra. El resto de los presentes lo escribieron también en sus papeles.
- ¿De dónde es ese nombre?
- No lo sé exactamente, supongo que es de origen árabe.
- Pero tú naciste aquí ¿no?- Siguió preguntando.
- Sí, nací aquí.
- ¿Qué edad tienes, Nístrim?
- Diecisiete.
- Buf, que mal está quedando tu libro. No es muy normal que la presentación de la protagonista aparezca tan tarde...
- ¿Mi libro? ¿Qué libro?- Pregunté extrañada y desconcertada, ya que era la segunda vez que me decían algo parecido.
- Todo lo que piensas y haces queda reflejado al pie de la letra en nuestro monitor. Si conseguimos (y consigues) solucionar tus problemas morales, el libro será terminado y podrás hacer lo que desees con él, pero sí, por el contrario, no se solucionan, tú morirás, siendo éste el final de la historia.
Ignorante de mí, comencé a reírme.
- Una vez más vuelves a decepcionarme, Nístrim... mira.-
La mujer señaló un monitor que estaba ubicado en una esquina y cuya presencia había ignorado hasta entonces. En él vi reflejado por palabras todo lo que pensaba, todo lo que hacía... todos los pensamientos que se me pasaban por la cabeza en ese momento se reflejaban en el monitor a la velocidad de mi mente.
Me quedé perpleja. Comencé a dar vueltas por toda la sala intentando buscar una explicación a toda esa paranoia; pero allí la única que se estaba volviendo paranoica era yo. Corrí hacia el monitor y leí y pensé lo mismo. Aquello era de locos, ¡Menuda pesadilla!
- ¿Qué está pasando aquí? ¿Qué es esto?- Grité histérica.
- Ya te lo he explicado- Respondió con total tranquilidad la mujer.- Como ves, las reglas son muy sencillas.
- Pero... ¿Qué plazo... ? ¿Hasta cuando tengo para solucionar mi problema?
- Eso se verá a medida que pase el tiempo, las sesiones... Si vemos que necesitas demasiadas, que no tienes solución, el libro terminará sin ti. Tú tranquila, preocúpate sólo por solucionar tu situación. Porque es lo que quieres ¿no? Por algo has llegado hasta aquí.
- Yo llegué aquí por casualidad, porque me incitó curiosidad el nombre, sin más. ¡Yo no he buscado esto en ningún momento!
- Ninguno de nuestros clientes viene aquí a sabiendas de lo que van a encontrarse. Vienen por intuición, algo les atrae hasta aquí.
- Pero tú has dicho que sólo los que desean cambiar su situación llegan aquí... entonces nadie muere ¿no?
- Sí, pero no muchos. Hay una minoría que cree querer cambiar, pero en el fondo les agrada su situación y el cambio les asusta, les deja indefensos.
- Pero temer a los cambios es normal.
- Shh. Tú tranquila. Si pones de tu parte, lo conseguirás. Estás en manos de los mejores especialistas. Es hora de comenzar a hablar en serio. ¿Comenzamos?
Asentí con la cabeza, temiendo por lo que me esperaba a partir de ese momento, pero con una confianza ciega en aquellas personas. ¿De veras podrían ayudarme a olvidar, a empezar de nuevo... ?











Capítulo 1: En busca de inspiración

En busca de inspiración
Harta de seguir viviendo una vida tan desastrosa donde cada día me hundía más moralmente, donde nada me satisfacía, donde todo lo que quería se me escurría entre los dedos... ¡Uf! Un mundo que giraba, pero no a mi alrededor. Una vida y un destino que no se asociaban al gusto del consumidor. Harta de todas estas cosas, y alguna más que me dejo en el tintero, decidí arreglarme los motores del subconsciente e ir a un psiquiatra. Tal vez, que no lo recuerdo, decidí ir a un psicólogo, pero pensé que no me ayudaría. Después de todo, un psicólogo es una persona más en este mundo, con capacidad de escuchar y dar consejos, y como leí en algún libro de citas: “Un consejo puede cambiar una vida”, y yo no estaba para gaitas, que con la suerte que iba teniendo, ya me veía con una vida aún peor. Y más vale malo conocido... bueno no... yo sí que quiero algo bueno, algo bueno que me quiera conocer. O que se deje conocer.Pero el psiquiatra no es más que otro ente con estudios de medicina, nada más. Yo tampoco quería algo así.Y lo que yo ansiaba tampoco tenía nada que ver con lo espiritual; que puede que se me vaya la pinza, pero no hasta el extremo de volverme tonta y creerme ciertas ideologías sectarias. Pensé que salir con mis amigas me ayudaría a evadirme de los problemas, a salir a flote y poder divertirme, aunque también deseaba que ellas me ayudaran como en su día hice yo con ellas. Recuerdo esos días cuando yo no estaba tan mal y me dignaba a guardarme los problemas por dentro, que venía Lucía llorando a mi casa contándome sus movidas acerca del amor y otras utopías. O con Carol, que decía que yo conseguía ayudarla mucho más que la pánfila de su psicóloga, aquella que le cobraba cincuenta euros la hora por complicarle más la vida.Pero ellas no conseguían ayudarme. Y tal vez tenga yo parte de culpa, empeñada en esconder lo que siento, fingir que me pasa nada cuando vuelvo a la realidad y no abrirme demasiado porque no creo que se pueda confiar plenamente en alguien, que siempre te acaban dando una puñalada trapera.La gente me odiaba sin tener razones convincentes. La gente me veía como una amenaza. ¡Y no sé por qué!Sólo mis amigas, las de verdad, me habían confesado estar orgullosas de mí. Que el tiempo me había cambiado a mejor, me había hecho más fuerte, más segura... y que tenía empatía, que tenía el don de saber ponerme en el lugar de las personas y que por eso, sólo por eso, tenía las amigas que tenía. No, si al final iba a resultar que me había convertido en la ayudante emocional de mis amigas y yo seguía en las mismas; encerrada en mi subconsciente, con unos monstruos con los que ya estaba empezando a acostumbrarme a vivir.Harta de seguir viviendo una vida tan desastrosa donde cada día me hundía más moralmente, donde nada me satisfacía, donde todo lo que quería se me escurría entre los dedos... harta de todo eso, y alguna cosa más que me dejo en el tintero, decidí salir en busca de inspiración para escribir una historia sorprendente.

La soledad del café

Antes que nada: Nístrim no es Adriana, ni Adriana es Nístrim. Que quede bien claro.
Que esté escrito en primera persona no significa nada. Es cierto que hay facetas del personaje que coinciden con algunas mías, pero nada más. Nístrim es parte de mí, es mi creación, pero no es mi autorretrato (en todo caso una caricatura).
Precisamente con esta historia pretendo criticar a ese tipo de personas egocéntricas con complejo de superioridad que se pasan los días lloriqueando por ellas y sus "desgracias".

Fue durante el verano de dos mil cinco cuando, después de haber tenido una experiencia amorosa bastante amarga y unas pesadillas que me impedían dormir, se me ocurrió escribir La Soledad del Café.La Soledad del Café; la historia de Nístrim, una joven solitaria incapaz de digerir el romanticismo.Cuando pasó el verano y terminé de escribir esta breve historia, decidí editarla (Ediciones Emilianenses;
www.edicionesemilianenses.com), pero mi escaso poder adquisitivo sólo me permitió publicar cuatro ejemplares (dos de ellos disponibles en la Biblioteca pública de La Rioja, en Logroño). Así que ahora he decidido dar a conocer mi humilde obrilla a través de internet.Publicaré un capítulo, y no subiré el siguiente hasta que no vea un comentario.Aquí os dejo el primero, y si os gusta y queréis saber cómo continúa, pues lo dicho: dejad un comentario...
Un beso,
Adriana...
Entre mis relatos breves, caracterizados por un erotismo lésbico, violencia y un surrealismo que esconde mensajes feministas, destacan “The box secret” (3er premio del concurso literario “Día del libro”, ayuntamiento de Logroño, Logroño 2003), “Misi” (1er premio “Esteban M. de Villegas, Nájera 2005), “Naftalina” (4º accésit “Esteban M. de Villegas”, Nájera 2006) y “La musa onírica” (2º premio “Día del libro”, ayuntamiento de Logroño, Logroño 2006). “Naftalina” también ha sido publicado en el número veintiuno de la revista literaria “Fábula” (http:/www.unirioja.es/fabula)
Más información: http:/www.awixumayita.blogspot.com