martes, enero 09, 2007

Epílogo

Adriana
(no confundir con Nístrim)

Supongo que con la soledad me ha ocurrido aquello que les pasa a algunos cautivos con sus captores: Síndrome de Estocolmo.
No puedo estar sola, pero tampoco soporto demasiado bien la compañía.







Empecé a escribir tonterías a los cinco años. Cuando aprendí a escuchar.
Nos suele pasar a menudo: escuchamos una canción por primera vez, nos gusta y sólo somos capaces de recordar frases sueltas. Las recordamos como si fueran de esa clase de sueños transparentes, imposibles de ordenar lógicamente y que, al intentarlo, corremos el riesgo de inventarnos partes del mismo, creando entonces otro sueño, más o menos irreal.
Creamos canciones improvisadas a partir de otras ya creadas. Creamos literatura improvisada, sueños improvisados. Todos somos dadaístas, habitantes poco creativos de un ready made bastante absurdo.
Yo empecé a escribir tonterías por allí por el año mil novecientos noventa y tres, cuando empecé a tener un poco de conciencia musical gracias a la radio y los programas de video clips que había en televisión. A partir de ahí comencé a escribir cosas ilógicas, mezclando pensamientos y frases de canciones; palabras cuyo significado ignoraba pero que, por alguna razón, se encontraban dentro de mi mente y deseaban salir.
Representaba, primero con algo a lo que llaman “amigos imaginarios” y más tarde con las “Barbies”, los sueños que había tenido la noche anterior, pero no sabía, ni me interesaba, interpretarlos.
Ser hija única te lleva a buscar entretenimiento con cualquier cosa.
A los trece años, en verano de dos mil uno, a raíz de leer “Mi gato Angus, el primer morreo y el plasta de mi padre” de Louise Rennison, decidí escribir mi primer diario: “El chamizo de las J.B” (21-07/12-09-01). Faltas de ortografía, redacción pobre y simple y una historia superficial, basada en mis superficiales vivencias en el superficial pueblo de Baños de río Tobía (representado en “El movimiento de la lagartija” como Vetusta, en memoria de la hipócrita ciudad de Clarín.)
Todo aquel amigo mío que ha leído “La soledad del café” me ha dicho: “Nístrim eres tú”. No, Nístrim en todo caso sería mi caricatura, pero no. Nístrim nació para que me resultara más sencillo encontrarme conmigo misma.
Así que decidí escribir “El movimiento de la lagartija”, que no es más que mi inexistente catorceavo diario. Decidí fundir a Adriana y a Nístrim en un mismo personaje y sustituir a los verdaderos personajes de mi diario por otros ficticios o fundirlos con los personajes de “La soledad del café. De esta manera mi vida se convierte en una novela de ficción. O, simplemente, dejo de existir para convertirme en esa inconformista y amargada Nístrim. En esa egoísta, solitaria e indecisa Nístrim que ni siquiera es capaz de averiguar de quién está enamorada, si están enamorada de ella, ni qué piensan de ella. Además, temiendo que alguien llegue a conocerla mejor de lo que se conoce a sí misma (porque, definitivamente, ella no sabe quién es) desaparece en el momento justo en que deja entrever algo de sí. Una lágrima es la culpable de que Javier no la vuelva a ver.
Y la gran desazón de la protagonista es averiguar cuál es el maldito calificativo que le asignó Javier. ¿Cómo la vio él? Tal vez la esencia de su personalidad esté en ese adjetivo que él jamás le quiso desvelar.









martes, enero 02, 2007

Fracaso y traición. 12 de junio

12-6-06
1:07

Podría quitar ahora mismo esta canción e intentar sentirme bien. Pero soy una masoquista patológica. Podría ponerme a gritar ahora mismo que aún no puedo evitar pensar en ti; pero tengo límites. Podría llamarte ahora mismo, echarme a llorar y confesarte que mi experimento ha fallado; es más, me ha agravado. Cada día te echo más de menos. Supongo que tú ya me habrás olvidado... Qué más da si es lo que quería ¿no?
Let me die cause I’ll never, never sleep alone...
Pero no sé qué es el amor, Javier, no sé qué es enamorarse.
Sólo sé lo que es humillarse.
Me humillo constantemente, me comporto como una imbécil pero intento que creáis que soy inteligente. Tal vez sólo pretenda creerlo yo. Y lloro de vez en cuando, en silencio. Lleno mis ojos de lágrimas, reprimiendo el llanto, haciéndome sufrir. Y me corto la piel para expulsar mi sentimiento de culpa a través de la sangre. No me gusta lo salado, no me gusta el sabor de mis lágrimas. Prefiero la sangre. Y quisiera que me vieran desnuda, rasgando mi piel con un objeto punzante encima de un escenario, cantando “Showbiz” o “The lines of my earth”. Quisiera entregarme por completo. Como a punto estuve de entregarme a ti. Pero no pude... Aquella lágrima salió clandestinamente de mi ojito derecho en señal de despedida.
Las cosas deben terminar, aunque ni siquiera hayan llegado a comenzar.
Recuerdo que me cogías los pómulos y te reías. Yo me enfadaba, porque siempre he odiado esta cara, estos “papitos”. Y tú me decías “que bien hecha estás”, y yo sonreía, crédula. Y sabía que aquello era de todo menos amor, y lo admitía. Porque, después de todo, ¿qué más da si es o no amor? Lo importante es ser feliz. Y tú me dabas seguridad. Tú me aguantabas los días de lluvia, y hacías que me entendías cuando te hablaba de Freud, los sueños y Platón. Eras el amigo que siempre quise tener, pero temía que creyeras que me había enamorado de ti, porque no era así. O tal vez temía que tú te enamoraras de mí, o que al final terminara enamorándome de ti. Ahora me duele lo que quise; me duele haber averiguado que en verdad yo era nada para ti. Me duele haber metido la pata, como siempre. Como con todos. Y quiero sangrar, pero no puedo; y quiero ser feliz. Conformarme y reír, pero no puedo.
Y quiero gritar que no estoy enamorada de Isabela y que nunca lo estuve. Quiero ir atrás en el tiempo y borrar esa paja mental para así evitar sentirme tan humillada. Evitar que una reprimida sexual, marginada, fea, estúpida e inmadura se ría de mí. Y quisiera volver atrás en el tiempo y actuar debidamente. Volver atrás en el tiempo y no besarte en el Escape. No conocerte.
Tanto auto psicoanálisis para nada. Estoy absorbida por ese maldito libro de Armando Carranza desde hace cinco años y nunca he logrado nada bueno en mi vida interior. No he logrado encontrarme a mí misma.
No tengo amigos y mi psicóloga soy yo. Soy antipática, o al menos eso transmito a los demás. Soy así porque soy tímida y terriblemente insegura. Desconfiada y amargada. Busco algo, y no sé el qué.
Me enrollo con cualquiera sin esperar el mínimo guiño de respeto, y si alguien es amable conmigo le rechazo, porque me tomo las palabras bonitas como mentiras. Sólo son palabras. Y las palabras, como dijo Nietzsche, sólo son monedas que han perdido su troquelado. Las palabras no dicen nada. Las palabras, como dicen Bushido, son varices que nos impiden caminar. Las palabras se las lleva el viento. Las palabras no dicen nada. Y tú me das miedo.
Cada cual interpreta su papel; hace propaganda de sí mismo, como tú me dijiste una vez. Entonces ¿cómo confiar en alguien, si todos son actores? Si todo gira alrededor de un guión no escrito... Si yo desobedezco ese guión y me empeño en trastornaros a todos con mi esquizofrenia intelectual. Si me empeño en trastornarme a mí.
No quiero que alguien se enamore de mí. Quiero que se enamore de mi mundo. Quiero que me entienda y no me pregunte ¿cuál es tu rollo? Mi rollo no es el punk, ni el gothic. Escucho a las Donnas y a Extremoduro; prefiero Sarri Sarri a Zapatillas y me muero con Evanescence, Lacuna Coil y Within Temptation, pero no tengo por qué demostrárselo a nadie. Mi ropa es una cosa; mi música, otra; y yo, otra. Leo a Valèrie Tasso, Almudena Grandes y Melissa P. No odio al marqués de Sade y me gustan Marx y Nietzsche. Visto de negro porque no me gustan los colores excesivamente llamativos y creo que las tendencias sexuales no existen. Creo que el deseo sexual y el amor están por encima de la homo y la bisexualidad.
Tampoco soy hippie, pero me gustan los Beatles y el Chill Out.
Soy una esquizofrénica y carezco de personalidad.
No pido que me entendáis. Bastante tenéis ya con intentar comprenderos a vosotros mismos. Pero, si alguna vez me vais a decir que queréis estar conmigo; si algún día os veis capaces de decir que me queréis... pensad antes si es cierto. Fijaros si realmente sabéis quién es esa persona a la que supuestamente amáis.
¿Es posible amar lo que se desconoce? Preguntó una vez San Agustín. Él respondió que no, pero afirmó que se puede confiar en aquello que no conocemos.
Y yo pregunto... ¿os infundo confianza?
¿Os veis capacitados para confiar en algo imposible de conocer?
¿O, tal vez, creéis haberme conocido al terminar de leer este libro?
Si es así, enhorabuena. Os envidio. Yo, aún sigo intentándolo...
Por cierto, Javier, ¿Cuál es el calificativo que me impusiste y que jamás quisiste desvelar? ¿Está ese calificativo dentro de este libro?
Espero que no fuera simplemente “calienta pollas”. Dime, Javier, ¿Es “tonta”? ¿”Loca”? ¿”Inmadura”?
Seguiré buscando...
Aunque sé que a ti te he perdido para siempre.

lunes, enero 01, 2007

Fracaso y traición. 9 y 11 de junio

9 de Junio
20:12h

Soy áspera. Mi piel es áspera. Soy lija.
Soy desagradable al tacto y bonita a la vista. Soy ortiga. Soy áspera y lo sabías. Me tocaste mucho y aún así susurrabas a mi oído que era suave. No lo soy. No soy suave y lo sabes. Soy áspera. Soy lija. Soy zarcilleta escurridiza. Zarcilleta no difícil de atrapar pero que si la dejas un momento libre, no la vuelves a ver.
Soy una lagartija, áspera y escurridiza.
11 de junio
16:43h

Anoche, a las once y media, quedé con Luis. Fuimos a un descampado que hay detrás del centro comercial y echamos dos polvos en su coche.
La lagartija se mueve apresuradamente. Sus movimientos son violentos y chocan fuertemente contra mi pecho. Él me mira, pero sé que es incapaz de ver algo. Observa el movimiento de la lagartija, saltando de un lado a otro, como mis pequeños senos. Y me mira a los ojos, pero no dicen nada. Mis ojos saben callar, saben que no deben transmitir nada. Lo que se imagine él, es cosa suya. Puede pensar que quedo con él porque me atrae físicamente. Falso. Puede creer que lo hago porque él me lo hace bien. Falso. Lo hago simplemente porque no tengo nada mejor que hacer.
La lagartija chapotea en mi sudor y es testigo del latido de mi corazón; un corazón con la única función de mantenerme viva. Pero no de latir por amor.
Hacía un calor terrible y se empañaron las ventanillas. Mi pelo se ahuecó al máximo.
Luis es buena gente, y ha sufrido por el amor de alguna ex. Es curioso, estoy convencidísima de que los tíos son incapaces de enamorarse y, sin embargo, a todos los que me he tirado les han roto el corazón alguna vez. O eso me han dicho.
Por sus palabras, Javier parecía dolido cuando me dijo que su ex – novia le había puesto los cuernos con un amigo suyo. Me dijo que al enterarse lo primero que hizo fue ir a por él. “Pero, en cualquier caso, el problema sería de ella, que es quien tenía pareja”, digo yo, en un arrebato justiciero. “No, si ya. Si ella también recibió.” Hay frases que se te quedan clavadas en la memoria. Me asustó. Me dio miedo y descubrí que no debía perder el tiempo con alguien así.
Con Carol había quedado a la una y media, y, en lugar de dejarme en casa, Luis paró al lado de la suya, bajó al poco con una botella de agua y nos fuimos con el coche a un parque. Fue muy divertido porque me mojó el pelo con el agua de la botella y me ayudó a adecentarme los rizos. Luego estuvimos en su coche hasta la una y cuarto, haciendo tiempo para no llegar excesivamente pronto a mi cita con Carol.
Con Carol, bien. Fuimos al Praxis, en donde ella pretendía permanecer durante toda la noche.
Isabela no dejaba de enviarme mensajes diciéndome que si estaba en Linobeno. En La Desolada. En tal bar. Así que supuse que quería que nos viésemos. No es telepatía, es suposición.
En el Praxis nos pusimos a chupitos de vodka con un chico de Bilbao que estaba de despedida, pero no era él quien se casaba. Nos habló de Londres y tal, que había estado allí hace poco. No sé, paranoia.
Luego nos encontramos con Eduardo, y con Eduardo nos fuimos al Oxford. Volvimos al Praxis, me encontré con Isabela, la saludé, le presenté a Carol y se fue. Hoy he borrado su número. No quiero comerme el coco por alguien que no merece la pena. Yo creo que ni siquiera es lesbiana, que sólo es una reprimida sexual. Es más, creo que le tiene pánico al sexo y que se ha inventado el cuento de ser lesbiana como un caparazón que la protege de cualquier indicio de actitud sexual. Lo dicho, una reprimida.
Al final me acabé yendo con dos chavales de Villaseca del Monte. Estuvimos en el coche de uno de ellos, follando hasta las cinco y media de la mañana con un punk español bastante cutre de banda sonora. Nunca había hecho un trío con sexo integral, y la verdad, tampoco estuvo mal. Mientras le hacía una felación a uno de ellos (agarrando con una mano mi adorada lagartija que, celosa, pretendía chocar contra el miembro erecto de mi esporádico juguete sexual), el otro me embestía con una actitud de entusiasmo adorable, como la efímera ilusión que presentan los niños cuando juegan con algo que les acaban de regalar. Eran vírgenes.
Me lo pasé muy bien con ellos; eran muy graciosos. Aunque, para gracioso, que son de Villaseca del Monte. Como Isabela. Que conocen a Isabela. Sinceramente, me es completamente indiferente. Es más, si se entera ¡mejor! Para que vea que si lo que pretendía era hacerme daño no lo ha conseguido. Porque anoche me lo pasé de puta madre.
Me parece todo genial.