jueves, diciembre 28, 2006

Fracaso y traición. 8 de junio

11:11h
8 de Junio

Estaba sola en casa, como casi siempre, así que no vi inconveniente alguno en que vinieran Lucía, Dafne, Sonia y Carol. Nos lo pasamos muy bien, pero ya entrada la noche la puerta rugió. Entraban mi madre y Gustavo, saludando, como siempre; pero esta vez estaban enfadados porque había invitado a mis amigas. Salí de la habitación con las chicas, y sorprendida pude apreciar que no venían solos: se habían traído a Jennifer y Cándida. Ambas son de Vetusta.
Volví la cara hacia mis amigas, mostrándoles la inquietud y el desconcierto en mi rostro.
Entramos, entonces, las siete en mi habitación. Cándida no hablaba apenas, sólo comía unas gominolas gigantes que jamás había visto. Mis amigas tampoco hablaban; estaban cortadas. Jennifer depositó sobre mi escritorio una bolsa de plástico que contenía diversas cosas que ambas habían comprado. Para romper el hielo, observe una caja de gominolas, como las que estaba comiendo Cándida, que sobresalía de la bolsa y pregunté “¿qué es eso?”. Jennifer entonces hizo uso de su característica bordería hiriente, basada en llamar directa o indirectamente tonta a la gente. “Pues gominolas rellenas de bollo, ¿Qué va a ser? ¿Eres tonta, o qué? Cómo no vas a saber que es eso”. Y Cándida, que en un concurso de ignorantes se llevaría los tres premios, le reía las gracias. “Es que yo no suelo comer dulces”, le expliqué avergonzada, admitiendo en cierto modo mi ignorancia.
Sus borderías no cesaron. Es más, fueron a más. Fueron a más, intentando herirme por todos los medios, humillarme ante mis amigas. Así que exploté y la grité. La grité como nunca antes había gritado a nadie y busqué por todos los medios herirla en su orgullo y hacerla sentir como una mierda. Pero se puso a llorar. Lloró como una niña pequeña y desvalida. Lloró. Y en sus ojos vi a la niña solitaria que en realidad es.
El resto de las chicas se fueron a casa, y yo me quedé, convertida en un monstruo, consolando a Jennifer. “Lo siento, es que cuando me veo en situaciones así, o me pongo a llorar o me pongo histérica”, le expliqué. “Yo te quiero, y lo sabes. Porque de entre las chicas de Vetusta tú eres de las que menos daño me ha hecho, y sé que no mereces que te trate así”. Otra característica de Jennifer es olvidarlo todo en seguida, así que pronto se enjugó las lágrimas y comenzó a hablar amistosamente conmigo, sentadas en la cama. En mi cama, donde esa misma tarde durante la siesta, Ana Blanca, (otra de Vetusta), me besó y más tarde me quemó el rostro con un mechero.
Poco después entró un hombre mayor por la ventana y se acercó a nosotras. Jennifer estaba asustada, pero yo sabía qué hacer. Separé las piernas y al ver mi coño cayó impotente al suelo, en donde comenzó a masturbarse. “No te preocupes”, le dije, “es inofensivo. Viene de vez en cuando y siempre hace lo mismo. Sólo quiere verme.”
Salimos de la habitación, y al volver a entrar, toda mi habitación estaba desordenada. Un auténtico caos. Mi madre también entró y se puso como un basilisco, implorando tonterías y exclamando amargamente que nos habían robado mis amigas. Jennifer y yo le dijimos que no, que mis amigas no habían robado nada, que había sido un hombre que entró por la ventana. Pero ese hombre, como pudimos descubrir una vez hubimos ordenado todo, no había robado nada. Sólo se había limpiado de semen con mis sábanas y había dado la vuelta al colchón.
Después fui un hombre. Fui un asesino perseguido por una mujer que ansiaba matarme. Mi compañera murió en plena persecución, pero a mí no logró cogerme. Corrí, salté y me adentré en lugares que jamás vi. Lugares urbanos y rurales se mezclaban en mi camino, y yo seguía huyendo, sin mirar hacia atrás, esquivando las balas que expulsaba el arma de mi enemiga.
Terminé en un jardín y fui invitado a una comida familiar. Todos eran muy amables, pero el padre de familia parecía saber mi identidad y me obligaba a comer pan. Pan de ayer pero tierno.
Ya no tenía arma. La tiré durante mi huida en un cubo lleno de agua que encontré por el camino. La tiré para no levantar sospechas. Pero aquel hombre sabía quién era. Me había descubierto. Había metido mi arma al horno para convertirla en pan y ofrecérmela como comida. Me estaba comiendo mi arma. Me estaba suicidando.

17:14h
Cuando una nueva etapa va a dar comienzo dentro del breve contexto que es la vida, es necesario mirar hacia atrás y zanjar temas pendientes.
¿Acaso mis sueños intentan decirme que ha llegado el momento de “solucionar” las cosas con mis antiguas amigas de Vetusta?

4 cafés:

Anónimo dijo...

Esto se vuelve cada vez más paranoico =)

Anónimo dijo...

he leído pacientemente todo tu blog. Cuando caí aca sin quererlo, me di cuenta que se trataba de una historia entrelazada y sin darme cuenta una entrada me jalaba a la otra. Tu estilo es muy bueno y si una entrada invita al lector a seguir con la otra es porque lo haces bien. Muchas felicitaciones. No tengo idea cuantos años llevas escribiendo, pero lo haces muy bien. El estilo y la historia los tienes muy en claro, felicitaciones otra vez! y espero tropezarme otra vez aqui y ver en que acabará todo esto.

Adriana Bañares dijo...

Gracias clara (y feliz año nuevo, ya que estamos), comentarios como los tuyos son los que me animan a continuar escribiendo. Sin embargo, con esto de las vacaciones de navidad, me encuentro demasiado ocupada para continuar con la historia; pero te prometo que a partir de mañana el blog seguirá su curso. Un beso, Adriana.

Anónimo dijo...

creo que esta muy extenso y creo que no entiendo nada y por favor estudia informatica que te hace falta... bye suerte...