7 de Junio, 10:44h
Cogí un coche. No sé conducir, pero yo monté en él. ¿A dónde me dirigía? No lo sé, pero estoy segura de que buscaba algo. Me zambullí a la carretera, insegura por no saber manejar aquel trasto, y en un semáforo me vi obligada a frenar. Tan mala fue muy suerte que me equivoqué: bajo mis pies había dos pedales (que me recordaban a cuando de niña tocaba el piano); estaba claro que uno de los dos servía para frenar. ¿Derecha o izquierda? Liberal hasta la muerte, prefiero no mezclar política con automovilismo y piso el de la derecha. Error: mi coche se abalanza contra el de delante y éste contra otro, y así, como si en vez de coches, de fichas de dominó se tratara. Me avergoncé muchísimo, pero el conductor contra cuyo coche colisioné primero, se bajó y en lugar de recriminarme se rió. Era José Luis, hermano mayor de Susana, otra chica que fue gran amiga mía durante la infancia, cuando vivía en Vetusta, pero que ahora prefiere otras amistades muy diferentes.
Entonces aparqué, o tal vez dejé allí el coche, no lo sé, y me reuní con unas chicas que me estaban esperando en un trenecito infantil. Subí a un vagón con ellas, (de las cuales sólo Lucía me era familiar) y nos pusimos en marcha, dirigiéndonos a una plazoleta bastante triste. Su suelo era gris cemento, el ambiente húmedo y unos pocos chicos hablaban completamente colocados, apoyados contra una pared. Javier estaba con ellos, con el pelo desordenado, desmejorado. Pero guapísimo, como siempre. Sus ojos azules se habían tornado tristes y de una tonalidad rojiza que bien sabía por qué. Me guiñó un ojo, sonreí escéptica pero coqueta y volví a subir al vagón. “Déjame hacerte un chupón”, me dijo. Yo me reí; él sabía perfectamente que odiaba aquello, pero como no le veía capaz, le dejé. Acercó sus labios a mi cuello. Unos labios secos y fríos, muertos. No logró hacer más; estaba tan ciego que no era capaz ni de besarme.
Regresé con las chicas, que estaban sentadas en un portal. Desde ese punto de vista, sentada en el portal, aquello parecía Covent Garden. Javier se acercó a nosotras, me miró y me indicó que me fuera con él. Accedí y nos metimos en un callejón. “Así no puedes presentarte al concurso”, tan ciego, no. Tan impresentable. Había un concurso en la plazoleta, pero no recuerdo de qué. Creo que me besó, pero no lo sé. No sentí nada. Volví al portal con las chicas, con las que aun sin conocerlas había establecido un vínculo muy agradable. Entonces apareció Isabela. “Veo que ya conoces a mis amigas”- y tus amigas me han visto irme con Javier, pensé aterrada.
Me alejé de allí y entré a una tienda de complementos en busca de un corpiño. La tienda era muy pequeñita, con una gran luminosidad, artículos de gran colorido y dotada de varios espejos. Pero estaba vacía. Empecé a observarlo todo, y a probarme sujetadores excesivamente provocativos. Sublimes. De pronto, salieron de los probadores todos los chicos de Vetusta a quienes había destrozado sus vehículos. Pensé que me matarían, pero en lugar de eso algunos se ruborizaron al verme y el resto exclamaron frases como “¡Qué jefa, has destrozado diez coches!” Sí, sí, diez, ni más ni menos... Tras el mostrador estaba el Patxi, ahora propietario de esta pequeña tienda de lencería.
“¿Por qué no tienes corpiños?”
Regresé al portal con las chicas, pero antes me paré ante Javier, que cada vez estaba peor. Parecía un muerto viviente, mecánico, inhumano.
“¿No lo ibas a dejar?”
2 cafés:
Vaya capítulo más raro! No sé si Nistrim estaba soñando.
Buena! I will try and keep reading :)
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