Con la conciencia tranquila
Tras unos momentos de impertinente insistencia para que un magullado Víctor me acompañara en taxi hacia el bar de Óliver, llegamos a la desolada calle del Boulevard en un Peugeot 607 hediento de cuero y alquitrán.
El bar seguía abierto, la esquina seguía repleta de arañas clandestinas, la barra seguía vacía y la mancha de sangre seguía impoluta en el suelo.
- ¿Qué ha ocurrido aquí? – Preguntó Víctor mientras
miraba la mancha de sangre. En cambio, yo, miraba atenta a la comunidad de arañas que se congregaba en una espesa capa de tela arácnida.
Decidida, me dirigí a la cocina y cogí una escoba con la cual, más tarde, agredí a la comunidad arácnida y destrocé su repulsiva vivienda. Tal y como imaginaba, tras ella se escondía un boquete en la pared.
- ¡Víctor! Mira esto.
Él se acercó y miró extrañado. En el suelo, decenas de arañas yacían sin vida. Me sentí culpable por un momento: Hacía unos días Óliver me convenció para que no matase a una araña. Claro que, según él, aquella arañita se sentía sola en un lugar en el que ella era, a parte de la única arañita que habitaba en el bar, un ser odiado que, según la gente, merecía morir.
Víctor y yo nos agachamos en el suelo y, alumbramos el hueco de la pared con la débil luz que desprendía el inútil teléfono móvil de él.
Nunca olvidaré aquella imagen.
El cuerpo de Óliver atrapado en una enorme tela de araña.
Con ayuda de Víctor, rompí bastante pared hasta que nos fue posible sacar de ahí al pobre Óliver. Hasta hacía bien poco “rescatador de arañas” y, ahora, prisionero de las mismas.
Una vez le despojamos de aquella pringosa tela orgánica, y después de que él lograse sentarse, le dije:
- Mira, para que te fíes de nadie... ¡Y menos de las arañas! ¿Sabes lo que les hacen a los machos?
- No, Nístrim, no vuelvas con ese tema... – Me suplicó
Víctor, ya que cuando estuvimos juntos le hablé de ello. - ¿Y tú cómo has llegado ahí dentro? – Le preguntó a Óliver.
Tal y como me imaginé, se trataba de un sueño de despertar imposible. Hay que ver lo que podían llegar a tocar la moral los del ascensor seis...
Salimos del bar y emprendimos un camino indefinido a pie. Nada de coches, por favor...
Me di la vuelta y miré el edificio del Boulevard de los sueños rotos. Óliver me cogió cariñosamente del hombro y me indicó que siguiera caminando.
Al doblar la esquina, Óliver desapareció. Me di la vuelta para buscarlo pero, en su lugar, sólo pude divisar un aterrador ser de rostro pálido y grandes ojos negros sin expresión que fácilmente podía haber confundido con una calavera. Aquel ser me miró y, tranquilamente, se fue alejando. Me quedé mirándole, cómo se iba, cómo sus rasgos se difuminaban, haciéndose transparente... hasta desaparecer por completo.
Curiosamente, sonreí.
- ¿Por qué sonríes? – Me preguntó Víctor.
- No, nada, nada... Oye ¿Vamos a tomar un café?
domingo, diciembre 10, 2006
Capítulo 28: Con la conciencia tranquila
Escrito por Adriana Bañares en 10:29 p. m.
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1 cafés:
eres la causante que poco a poco le vaya teniendo miedo a quedarme dormido..
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