No es llorar, es sentir calor en los ojos
Efectivamente, aún estaba sin terminar.
Me despedí de Carol y salí corriendo del hospital. Una vez más, camino al Boulevard. Una vez más, regresaría al ascensor seis.
Llegué a la entrada del sanatorio toda acelerada, buscando con la mirada la parada del autobús. Mi cartera no me permitía el lujo de ir en taxi.
- ¡Nístrim, espera! – Víctor me agarró del brazo. Yo me
moví bruscamente, intentando escapar de su tentadora fuerza.
Me soltó y me miró. Yo bajé la cabeza.
- ¿Qué haces aún aquí? – Le pregunté.
- Esperándote.
- Pues vaya una estupidez. Mira, Víctor, vale que hoy haya sido una mañana un poc... bastante extraña, vale... pero eso no significa que tengas que comportarte como si fueses mi amigo ni nada de eso, ¿entendido? Ahora, si me disculpas, debo irme. – comencé a bajar las
escaleras, no muy rápido. Una parte de mí deseaba que él me detuviese o algo, que, al menos, me dijera algo.
Lo hizo.
- Nístrim, – Una pausa. Respiré hondo y me volví. Nos separaban dos escalones y treinta centímetros. – te he esperado porque te quería decir una cosa.
No hablé. Sólo seguí mirándole. La intensa lluvia mojaba mi cuerpo, pero no me importaba lo más mínimo.
- Vale, no digas nada. – Ahora fue él quien respiró hondo. – Ya te he dicho que lo de Sonia fue una tontería, Nístrim. – Una vez más, cogió aire. – Nístrim, no creo que seas tan tonta como para no darte cuenta, para no saber que, cuando estábamos juntos, yo estaba enamorado de ti. Verte cada día en clase, con tus paranoias, mirarte... Me hacía tanta gracia que volvieras la cara... No decirnos nada. Y aquellas noches que pasamos juntos, aquellos momentos... No creo que fueras tan tonta como para no darte cuenta de cómo me sentía, de qué sentía. Lo de Sonia fue un error, vale. Pero yo te quiero, Nístrim.
No era llorar, era sentir calor en los ojos. Los notaba cálidos y húmedos... Ardían. No sé por qué, pero el dolor que albergaba en mi interior era grande, enorme como la lava que espera paciente dentro del volcán.
Seguíamos en la misma situación, separados por dos escalones y treinta centímetros. La lluvia no cesaba y yo ya estaba empezando a hartarme del agua que resbalaba por mi frente.
- No tienes ni puta idea de lo mal que lo he pasado, Víctor. No esperes que ahora caiga rendida a tus pies. No importa lo que sienta, me da igual lo que digas ¡no te creo nada! He sufrido tanto por ti que he aprendido a odiarte. No puedo evitar desearte, vale, pero he aprendido a odiarte.
Bajé las escaleras y me dirigí hacia la parada de autobús. Víctor bajó corriendo tras de mí.
- Nístrim...
Me moría de ganas por besarle. No había conseguido olvidar el sabor, el calor de sus besos, y deseaba volver a hacerlo, a besarle.
Pero no. Ya, no.
Al final me atrapó. Me agarró del hombro y me giró para que le mirase a los ojos.
Lo hice, pero no dije nada. Sólo nos quedamos uno frente al otro mirándonos a los ojos.
Me di la vuelta. Esta vez no intentó detenerme. Mejor.
Sentada en el frío banco de la pequeña parada de autobús, sentí cómo una pequeña lágrima resbalaba por mi mejilla derecha.
Óliver, ¿Dónde estás cuando te necesito?
sábado, diciembre 09, 2006
Capítulo 22: No es llorar, es sentir calor en los ojos
Escrito por Adriana Bañares en 3:21 p. m.
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5 cafés:
Veo que te has dado prisa en colgar el siguiente. Bien, no pongas el 23 hasta que no haya un segundo comentario.
está bien, pero igual hasta que pase eso tendrán que pasar varias semanas. Muy poquita gente visita este blog.
no te desanimes... Ya vendrá alguien y pondrá algo.
hooooooooola!!! aqui hay "Alguien"!!!!! ya pensaste en hacer "marketing"? digo, no? jajajaja... dale, cuelga el siguiente...
Uf, la intriga va en aumento.El corazon me late a mil por hora(cosa que, ahora que la pienso, creo que es bastante poco para una persona sana).
Parece que nistrim esta insatisfecha con las visitas de su blog. Pero ahi tiene a esos grandes amigos que son carlos y renato. Estos le apoyan en su afan por llegar a ser una nueva gran escritora. Emotivo capitulo, si señor.
Bonifacio S.Guay. Saludos cordiales.
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